Enrique Bernardo Núñez fue pionero de este oficio
Día del Cronista: cuidar el
patrimonio con palabras
Clodovaldo
Hernández
El
cronista, en algunos casos, es una figura reconocida por las autoridades
políticas y, en otras, alguien con un título otorgado por la propia comunidad.
El
20 de mayo se celebra en Venezuela el Día del Cronista, un oficio que algunos
pueden suponer descontinuado, pero que sigue vigente, incluso más que unos años
atrás, porque ahora la historia de las ciudades y pueblos puede contarse de
muchas nuevas formas distintas.
Se
escogió la fecha por ser el natalicio (en 1895) del valenciano Enrique Bernardo
Núñez, quien fue –al menos formalmente hablando– el primer cronista oficial de
Caracas, además de un ilustre escritor, periodista y diplomático.
Es
pertinente recalcar que Núñez fue el primer practicante oficial de esta
actividad, porque de cronistas está repleta la historia, no solo de la capital
venezolana sino del resto del país y del continente, desde los inicios de la
era colonial. De hecho, buena parte de esa historia ha sido construida con los
relatos, primero de los cronistas de Indias, que vinieron con los españoles
acompañando a los hombres armados y a los sacerdotes. Es decir, que la crónica
llegó a este lado del mundo junto con la espada y la cruz.
Luego
fue utilizada por los narradores de los épicos capítulos de la Independencia y
del resto de nuestro trepidante acontecer.
Según
un estudioso profundo de la materia –el profesor Earle Herrera–, la crónica,
“en un principio, fue la historia escrita, la relación de los hechos pasados de
acuerdo con el orden como sucedieron”. Posteriormente se transformó en un
género literario “cuando surge en sus oficiantes la preocupación no sólo por contar, sino por
hacerlo bien y en forma amena, clara y agradable para el lector”. Cuando
aparecieron los periódicos, esta manera
de contar historias saltó con naturalidad a las páginas de éstos “y en ellas
encuentra justo albergue porque para el hombre de aquel entonces la crónica es
lo que hoy la noticia para nosotros”.
De
esta forma, Herrera explica cómo fue que la crónica terminó siendo, según
autores de este tiempo, un cruce de caminos entre historia, literatura y
periodismo.
Pero
el Día del Cronista no está en absoluto centrado en la crónica como género
periodístico (que fue el más estudiado y practicado con maestría por Herrera),
sino en la muy peculiar actividad de los cronistas de localidades, esas
personas que se dedican, a veces desde el más militante amateurismo, a relatar
las historias de sus regiones y urbes, mantener vivas las tradiciones y exaltar
la figura de los paisanos ilustres.
Es
por ello que en las definiciones más esquemáticas se dice que el cronista
celebra, divulga y conserva la memoria de un pueblo.
Los
cronistas originales narraban principalmente los hechos que presenciaban.
Hacían el trabajo que, en esencia, luego correspondió a los reporteros, y que
en tiempos más recientes es compartido por todo aquel que tenga en sus manos un
teléfono celular.
Pero,
claro, el cronista no puede estar siempre “en el lugar de los acontecimientos”,
y entonces recurre a los testimonios de terceros y a los documentos que
registran los hechos, asumiendo así modos de trabajo que también usan los
periodistas y los historiadores.
La
tarea de un cronista es realmente noble. Con sus reseñas y descripciones tratan
de preservar la memoria y el patrimonio cultural de la ciudad o el pueblo al
que dedican su labor y fomentar el sentido de pertenencia entre las nuevas generaciones, todo ello enfrentando
la gestión destructiva de todo lo anterior que realiza la gran maquinaria
cultural del sistema hegemónico global.
El
campo de acción de un cronista local abarca mucho más de lo que algunos
piensan. No se trata solo de recordar los eventos históricos y sus
protagonistas, sino también de generar conciencia sobre el acervo
arquitectónico, los mitos, las leyendas, las tradiciones, las costumbres, la
música, el baile, la producción agropecuaria e industrial, el arte, la
artesanía, la gastronomía y hasta el clima.
Es
por ello que un pueblo o ciudad con un cronista activo y una comunidad que lo
respalde tiene mejores oportunidades de preservar su patrimonio histórico y
cultural, en el sentido más amplio que esas expresiones puedan tener.
Cada
vez que las maquinarias de demolición se acercan a una edificación con valor
patrimonial, un o una cronista de pilas cargadas puede movilizar a las fuerzas
locales para hacerles frente.
Y
si algún funcionario o particular pretende sustituir las expresiones culturales
autóctonas por otras fabricadas en serie, le toca a quien ejerza la función de
cronista la responsabilidad de encender las alarmas y de explicarle a la
comunidad la importancia de preservar los valores propios.
Para
conocer el pasado de un pueblo, ciudad, parroquia o barrio, nada mejor que
buscar al o a la cronista, que en algunos casos es una figura reconocida por
las autoridades políticas y en otras es alguien que tiene un título otorgado
por la propia comunidad. Así que no siempre se les consigue en una oficina bien
montada en la gobernación o la alcaldía. Las más de las veces son gente que
tiene sus propias casas atestadas de papeles, fotografías y libros, o bien son
una especie de juglares que andan por las calles y plazas, divulgando a viva
voz sus fabulosas historias.
Y,
como se dijo al comienzo, algunos de los cronistas vocacionales han aprendido a
usar a su favor las nuevas tecnologías y han sacado las fotografías y los
recortes de sus ajados álbumes y carpetas para montarlos en páginas web, blogs,
canales de YouTube y cuentas en redes sociales, donde compiten por la atención
de los más jóvenes. Una pelea desventajosa, pero que es necesario plantearse
para que nuestro heroico pasado no se quede varado en el olvido.
La
designación de Enrique Bernardo Núñez, en 1945, como Cronista Oficial de
Caracas fue fruto de la Ordenanza sobre Defensa del Patrimonio Histórico de la
Ciudad. El escritor carabobeño llevó a cabo este trabajo, con algunas
interrupciones, hasta 1964, cuando falleció.
Autor
de la biografía de Cipriano Castro, El hombre de la levita gris, de la novela
Cubagua y de varios otros libros de narrativa, en lo relativo a la urbe
capitalina dejó el título La ciudad de los techos rojos y fue director de una
revista significativamente llamada Crónica de Caracas.
Entre
los ilustres nombres que han seguido los pasos de Núñez están Mario Briceño
Iragorry, Guillermo Meneses, Guillermo José Schael, Juan Ernesto Montenegro y
Mario Sanoja Obediente. Este último fue un antropólogo que –fiel a su
especialidad– estaba desarrollando una serie de excavaciones arqueológicas en
el casco histórico de la ciudad.
Tras
el fallecimiento de Sanoja Obediente, el Concejo Municipal designó al
historiador Omar Hurtado Rayugsen, profesor del Instituto Pedagógico de
Caracas, miembro del Centro de Estudios Simón Bolívar y del Centro Nacional de
Historia, Premio Nacional de Historia en 2017 y un defensor radical de la
filosofía de uno de los más notables intelectuales nacidos en esta urbe: Simón
Rodríguez. En sus manos está actualmente, el honorable recurso de la crónica
para la defensa de la historia caraqueña.
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