ANDAR POR LAS CALLES DE MI PUEBLO
Víctor
Celestino Rodríguez Pérez
Andar por las calles de mi pueblo, cuando llegaba a pasarme unos días, era revivir recuerdos de mi familia y de las familias que conocía, cuando niño, y de sus muchachas, pero también era impregnarme de sus fragancias y situaciones, hechos y acciones que se quedaron colgadas de las vigas de su pasado y que me regresaban a ese momento indeleble en el recuerdo.
Me sucedía cada vez que
llegaba y era como si renaciera, deslastrándome de costras adheridas, producto
de los hechos cotidianos que me envolvían en un presente atosigante.
A
veces, me iba caminando en la hora indecisa
(nona, la llaman en algunas regiones), entre el atardecer y la llegada
de la noche y me empapaba de aquellas sensaciones que flotaban en cada espacio
entre sus aceras adyacentes, como si fueran bambalinas ondulantes.
Otras
veces me paseaba a medianoche o al filo de la madrugada para escuchar los
susurros que quedaron de vivencias anteriores, de los miles de sueños que dejaron
sus hijos difuntos cuando fueron llevados en sus ataúdes, cargados en hombros,
hasta la última morada. Sí, los muertos eran llevados a hombros por aquella
calle larga que llegaba hasta el camposanto. Esos susurros me decían que aun
cuando me alejara hacia otros espacios a continuar la vida, el hálito de
aliento que exhalaba y que permanecía flotando en cada rincón de esas calles,
permanecería hasta el final de los días para contarles a otros la sensación de
mis vivencias y de cada habitante que
anduvo ese mundo pueblerino, cargado de anécdotas, episodios y acciones
particulares en el trajinar perecedero de cada día.
Ahora
han ido construyendo hacia la periferia del poblado, edificando casas y
fundando barriadas sin que en esos lugares recién poblados se manifiesten las
esencias de las andanzas de sus pobladores que murieron o que permanecieron
poco tiempo entre esos sitios recién fundados, porque la esencia de memoria no
se ha asentado, para dejar historias entremezcladas en el polvo terrenal
barrido por el viento y que no las reconoce. Eso suele pasar cuando un suelo
nuevo no tiene historia y apenas está
empezando a levantarla.
Las
viejas casas que permanecen resistiendo el paso de los años en su casco
central, datan de cuando el pueblo era
un villorrio en aquellos tiempos de inicio de centuria, vale decir, a
principios del siglo XX. Por eso, el sabor especial que deja el pasearse por
sus calles, despierta y mantiene la añoranza, cuando se está lejos. Despierta y
mantiene el deseo de volver hasta él, aún cuando la mayoría de nuestros
ancestros, por no decir todos, ya se hayan marchado a otros planos de energía,
quién sabe hasta cuál espacio de tiempo inimaginable, aunque sus sueños
permanezcan flotando, consustanciándose con las otras esencias de pobladores
antiguos en su aire único de región provinciana y así nos lo dice.
De
aquellas vivencias flotando en el ambiente, recojo muchas de amigos y conocidos
que ya murieron, dejando en ellas, clamores y anhelos, como, por ejemplo,
querer ver su pueblo dotado de ciertos servicios que lo levantarían del atraso
que lo sume. Uno de ellos ha sido la carencia de agua en la zona central y en
todas las áreas, pues las expresiones de pesar vienen de todas partes que lo
conforman.
Con
todo y estar rodeada de embalses y presas que dicen lo paradójico de la
situación. A pesar de que ha habido gobiernos locales, regionales y nacionales
que tienen conocimiento detallado, nunca se ha llegado a establecer un
mecanismo técnico eficaz que resuelva la problemática planteada desde tiempos
remotos. Es cierto que se han dado convocatorias y reuniones de personalidades
oriundas, destacadas en diversos campos del acontecer nacional y que, por
supuesto, tienen mayores oportunidades de ser escuchadas por quienes tienen la
real posibilidad de apaciguar el clamor, pero hasta el tiempo presente, no se
ha visto una acción efectiva que recompense estas justas aspiraciones.
La
última vez que estuve en el poblado y que me paseé por sus calles, me asaltó
una serie de dudas a medida que los
recuerdos se me aparecían como ráfagas de vientos ululantes. Era la
incertidumbre de saber si a los jóvenes de generaciones recientes, también les
pasará lo mismo cuando sientan nostalgia por las cosas de su tiempo ya ido,
sabiendo que lo que les haya sucedido, será recordado por generaciones futuras
y que serán guardadas y atesoradas por la magia del pueblo.
¿Y
también habrán de recordar cuando fueron alumnos de bachillerato? ¿Llegarán a
sentarse en los lugares destinados para ello en la plaza Bolívar a contarles a
los árboles ancestrales (que tal vez no serán los mismos de siempre, porque han
sido reemplazados por otros más recientes), sus cuitas de amores primerizos?
Nada me habría de responder en ese espacio de tiempo en que estaba ubicado, a
pesar de que los sueños, sentimientos y valores sean los mismos, manifestándose
a través de pasos imparables hacia un destino señalado para cada uno de
nosotros. Comprendo entonces que cada época tiene su momento que debe vivir
toda persona en desarrollo para su futuro y se le presentará como lo hizo en
cada uno de nosotros. Me refiero a los que ya vamos de salida de este plano
terrenal. Es todo.
Víctor
Celestino Rodríguez Pérez
Profesor
egresado del Instituto Pedagógico de Caracas. Nacido en Tucupido, estado
Guárico, Venezuela. Escritor y poeta. Ha publicado en edición de autor: libros
de cuentos, novelas y poemarios. La editorial nacional, El perro y la rana,
publicó su obra “Poemas que alzaron vuelo”. Ha colaborado en diversos
periódicos y revistas digitales como “The Crow Magazine”, con sede en España.
Entrevistado por el blog Visión Literaria. Ganador del Segundo Lugar del
Concurso de Poesía Regional de Valle de La Pascua, estado Guárico, Venezuela.
También se dedica al canto y a difusión de programas radiales.
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