Personajes populares de Tucupido
Fernando Aular
VICTORINA
Victorina
Colmenares, es todo un personaje popular de Tucupido, una negra dicharachera,
locuaz, alegre y jacarandosa. Los ojos vivaces y los gestos audaces. Cuando se
ríe, lo que hace con frecuencia, lo hace a carcajada partida que retumba por
los ámbitos. Dice ser copeyana calderista y haberse retratado varias veces con el
líder del partido verde. Se define como mujer pobre pero dichosa en el amor, ya
que en los años de su mocedad le llovieron los pretendientes: potentados, ricos
ganaderos y empresarios de la región entre ellos. Tiene siete hijos, todos
criados y con sus propios hogares.
El
poeta, cuentista y declamador Salvador Lara, tucupidense, le escribió un bello
poema en décimas, donde describe con exactitud a ese personaje típico del
pueblo:
Luciendo
su camisón cuando pasa por la esquina,
va
la negra Victorina, oscura como el carbón,
despertando
admiración a todo aquel que la mira,
la
negra suave se inspira zapateando un galerón,
el
pueblo de la emoción la aclama cuando se estira.
Hablar
con la negra Victorina es toda una diversión, por sus ocurrencias y por su risa
amplia, feliz y contagiosa. El poeta Lara termina afirmando en su poema:
¡Ella
es caña dulcita y capullo florecido,
es
un amor escondido que aquí en mi pecho palpita,
es
la negra más bonita que ha nacido en Tucupido!
¡Arpista
siga el sonido de su arpa relancina
que
la negra Victorina lleva este baile prendido!
EL AMO DE TUCUPIDO
Abigail
Ramírez, "El Bachiller Ramírez", como le decían en el pueblo, era un
hombre sencillo, de pequeña estatura y cuerpo enjuto, tenía los ojos saltones,
pómulos salientes y frente amplia, rasgos ancestrales del aborigen. Era un gran
conversador, jocoso y ocurrente. Hablaba de todo y hasta por los codos. Por
donde se le buscara se le hallaba. Solía hablar de los dioses olímpicos, de
Júpiter, Marte, Venus y aseveraba que era hijo del padre de los dioses. También
hablaba de cualquier tema político, económico y social del cual se le
preguntara. El respondía a su manera. Contaba historias sazonadas por su
fantasía. Era persona muy querida y respetada en la población.
Se
le solía encontrar en la cafetería de la esquina de la plaza Bolívar, cerca del
teatro Ribas, donde con frecuencia entablaba conversación con los clientes que
allí se reunían especialmente para escucharlo, quienes aplaudían sus
humorísticas salidas y sus disparatadas ocurrencias, ya que cuando el bachiller
Ramírez echaba a andar su fantasía, todo era concebible. Mientras se tomaba un
marroncito comentaba con toda seriedad:
-Aquí
donde usted me ve, yo soy el dueño de todos los terrenos del Distrito Ribas,
porque yo soy el heredero universal de mi padre, quien murió combatiendo contra
los guerrilleros del pueblo.
-¿Cómo
es eso, Bachiller? ¿Entonces usted es dueño de Tucupido?
-¡Si
señor, y todos los habitantes del pueblo, los agricultores y ganaderos de la
región me deben, por concepto de pago de arrendamiento de los terrenos del
pueblo, de los potreros y por concepto de los créditos ganaderos que les otorgó
mi padre!
El
sitio se solía llenar de gente para reírse de las sanas e ingenuas ocurrencias
del bachiller Ramírez y de exprofeso le buscaban conversación, porque además él
hablaba como todo un experto en materia petrolera, económica, de la paridad del
dólar, de la crisis financiera y política del país y de las curiosas soluciones
que proponía.
Hablaba
de la importancia vital para la región de la Cuenca del rio Unare; de la
situación privilegiada y del potencial económico del Distrito Ribas; del
incremento del costo de la vida; del alza del precio de los alimentos, de la
inflación y la devaluación del Bolívar. No había materia que no dominara y de
la cual no disertara con extraña profundidad.
Pero
donde su imaginación se extralimitaba era en el tema amatorio. Revelaba que no
se había casado porque las mujeres de Tucupido eran muy traviesas y coquetas y
que además él no iba a mantener a nadie que no fuera su familia. Según él, se
dio el lujo de romper sus relaciones amorosas con Jacqueline, viuda de Kennedy
y Onassis, porque descubrió que ella tenía jujú con un actor de cine y porque
ella le exigía todos los documentos de propiedad de los terrenos, ganados,
casas y otros bienes que poseía en Tucupido.
El
bachiller Ramírez era nativo de El Socorro. Era muy amigo de Victorio Silvera,
en cuya casa tenía los tres golpes seguros.
EL JUGLAR DE TUCUPIDO
Luis
Alberto "Chito" Hernández nació en Tucupido en 1951 y parecía que su
destino hubiese estado determinado para el canto y la poesía, porque desde muy
joven comenzó su carrera de cantante y compositor y para escribir las letras de
sus canciones se convirtió en poeta o tal vez ya era un poeta que cantaba sus
canciones.
“Noche
y pensamiento”, “El llano soy yo mismo”, “Así es mayo”, “Retorno a Tucupido”, “Los
zamuros”, “Lucerito”, “Toca tu violín Vate Aular”, son algunas de sus
composiciones. Este músico tenía la particularidad de no hacerse rogar para
tomar su guitarra y lanzarse con un bolero, un merengue, un vals, un danzón, un
porro colombiano, un pasodoble, una polka, un joropo, un gabán, un galerón, un
bambuco, un tango o enfrentarse en un contrapunteo llanero o entonar gaitas,
aguinaldos o villancicos navideños. Por eso era el alma de las veladas
culturales, de los recitales poéticos, de los conciertos, de las serenatas, de
las parrandas, de los onomásticos y de los cumpleaños. No faltaba en las peñas
gardelianas con su guitarra y sus tangos para recordar al Morocho del Abasto.
"Chito"
Hernández le cantó a su pueblo natal, a su gente, a sus calles, barriadas,
campos, lagunas, ríos y montes, para los que tenía sus mejores notas, sus más
bellas estrofas y sus más dulces recuerdos, como cuando expresó:- "El Bajo
de la Nueva donde el sol se despide con luces de arrebol que pintan en el cielo
un pasado que hoy vive" o cuando emocionado cantaba: "Hoy que vuelvo
a mirarte Saetal escondido": "Callecitas alegres con vuelos de
palomas así es mi Tucupido".
Luis
"Chito" Hernández murió un día 2 de noviembre del 2010, y como un
triste epifonema todo el pueblo lo acompañó hasta el camposanto en un concierto
musical hasta donde lo esperaba un pedazo de tierra de su pueblo, tal como lo
pidiera en su postrer canción:
Y
al final cuando muera
un
pedazo de tierra es todo lo que pido
para
que así me entierren,
no
me importa que sea a orillas de un camino.
¡Mi
Tucupido, te amo!
Por
eso tiene bien merecido que el pueblo lo honre con el título de "El Juglar
de Tucupido".