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Tucupido pueblo de querencias, recuerdos y tertulias - Alejandro Berroeta

 UNEFA                                                                        ALCALDIA

                                                                                  Municipio Ribas

 

CASA DE LA CULTURA

“Rafael Rengifo

 
 

 

 

 


 

 

Ier   ENCUENTRO DE HISTORIADORES Y CRONISTAS.

Fundamentado en el devenir histórico de la comunidad Ribense, desde el período prehispánico hasta la actualidad.

 

 

Fecha:             11 y 12 de junio de 2009

 

Lugar:              Casa de la Cultura “Rafael Rengifo”

                        Tucupido – Edo. Guárico

 

Ponencia:        Tucupido pueblo de querencias, recuerdos y tertulias.

 

Ponente:          Prof. Alejandro Berroeta

 

 

 

“Non ha mala palabra, si non es a mal tenida,

verás que bien es dicha, si bien fuese entendida”

 

(Arcipreste de Hita, Libro de Buen Amor)

 

 

“Siempre me ha seducido los pormenores del recuerdo

 me agrada mucho mas escribir lo vivido”

 

Efraín Subero, Individuo de número

de la Academia Venezolana de la Lengua


PALABRAS INTRODUCTORIAS

Originario de palenques y cumanagotos que posiblemente vio su luz, por iniciativa de aquel santo varón Fray Anselmo Isidro de Árdales, quien llegó a las riberas y montes de Tamanaco con hermosas palabras, corazón, voluntad de persuasión, valor y entereza. Así convence y triunfa dentro de las más grandes calamidades y hechos. Muchos compañeros se asombraban de los métodos persuasivos que empleó para dominar aquella manada de indios rudos y terribles que habitaban esos parajes.

Con la visión, la firmeza, la valentía y la dirección de este ilustre Fraile Ardales; empieza la fundación de Tucupido, donde se hablaba solamente caribe y su primer nombre fue “Tocopio”. Desde 1760 el español fue haciendo dominio sobre las lenguas nativas. En 1791, se hace el primer croquis de este pueblo llanero, luego la iglesia es construida lo mismo que las primeras casas para que aquellos 483 cumanagotos, palenques y dos familias españolas, tuvieran un lugar de fe y de esperanza, en busca de nuevos horizontes. Gracias a los directivos de este 1er encuentro de historiadores y cronistas y la invitación efectuada a Tucupido, mi lar nativo, éste encuentro me invita a soñar, lo que nunca he dejado de hacer; pues con más de siete décadas de existencia y con el sol en las espaldas, no me he rendido, por lo que me he propuesto escribir una nueva obra sobre mi pueblo titulada: Tucupido y sus Tertulieros, cosa que no es fácil sino se hace con verdadero amor, ya que en realidad soy un “amateur” que quiere dejar por escrito su modesto aporte a la sociedad en la cual vivimos, y para que los habitantes de mi Tucupido querido, rememoren algo de su existencia, y los jóvenes conozcan parte de la sangre buena y generosa de aquellos superhombres y mujeres que fueron sus ancestros. Vayan así estas palabras y tema a desarrollar, dirigidos especialmente a un recordatorio feliz y hermoso a los hijos de este pueblo.

 

ESTE PUEBLO

        De cardones y guatacaros, tarares y cerezas, ciruelas, pipas, paraulatas con su gracioso trino, el comer mamones calladamente de los verdes pericos, el rápido deslizar de las iguanas y lagartos, las misas de aguinaldo en las bellas madrugadas, el viejo Rivero, la famosa Laguna Nueva, la Aguadita y sus saludables aguas, la quinta de Dominguito Rueda, las matanzas de cochino de Papita y Rangelito, los cohetes y fuegos artificiales en las fiestas  decembrinas, las fiestas patronales, ruletas y mesas de juego, el viejo teléfono de doña Esther, los grandes quesos de don Teodoro, aquellos excelsos trabajadores “Perico” y doña Conchita queridos por todos nosotros. Hoy su hijo rige con acierto y sentido social la ilustre Alcaldía de este pueblo, la Chicha Yroba Ramón y Alejandro todos ínclitos, igual que sus descendientes, los rebaños de ganado hacia Villa de Cura, los juegos de trompo con sus “troyas”, los velorios de angelitos en casa de doña Amelia Betancourt, famosa posada junto con la de doña Devota, los inigualables cines de Campito, Morales, Victorio y la moderna sala del Teatro Ribas de don Alejo, don Isidoro y su botiquín con sus infinitas bondades, y su amantísima esposa doña María Luisa, las veladas culturales donde se ponían en juego parte de aquella imaginación pueblerina, las procesiones para acentuar la fe, los famosos reyes magos de Moisés, Gaspar y Juan Vicente, que nos hacían vivir la ilusión de que éramos niños aunque fuera una vez al año, el burro tusero que tantas veces nos sirvió en las labores diarias, doña Rufa con sus “zamuras” las hembras del papagayo quienes muchas veces cruzaron el límpido cielo tucupidense, doña Ana y sus famosos quesos de mano conocidos en toda Venezuela; lo mismo que las “tecuecas” de doña Mercedes o los pan de horno de doña Margarita. Las matronas y sus catres, muchas vidas trajeron a este mundo.

        Era la época de la “pelona”, la “coquimba” y “rancho grande” famosas en aquella ebullición de la actividad petrolera. Las esplendorosas retretas en la Plaza  Bolívar, el vate Aular con su violín, Moisés Moreán y su clarinete y Ramón Diaz con su cuatro. Como olvidar aquellos insignes músicos de Rufo Pérez y Baltodano con su hijo Lalito, que hicieron placentera nuestra existencia, Rafaela González con sus ataques epilépticos que nos asombraban a todos, Machalero y Charlotte verdaderos genios de la mecánica, los “brocos” junto con “verguero” hacen inolvidables mis pensamientos. Como no recordar aquellos maestros, verdaderos Franciscanos como fueron  don Luis Guglietta, Chicho Soto o Victorio Cabeza fueron verdaderos prebostes de esta tierra.

        Don Custodio Requena quien hizo su aporte para que mucha gente descansara eternamente y en paz; José de los Santos Soto, impenitente bodeguero, que junto a Cayetano Guillén daban de lo mejor con sus esfuerzos para el bienestar de la gente, doña Eladia y Rosita Arvelaez como olvidar sus exquisitas empanadas de picadillo llanero; Pilar y Ramonita Rangel, aquellas misas de aguinaldo fueron testigos de sus famosas arepitas, don Ricardo Caguaripano, en su bodega nunca faltaron topochos verdes y maduros, el popular Asunción Deceda, eterno descontento, quien despotricaba perennemente contra la dictadura de Pérez Jiménez, sin pensar que posiblemente no llegaría alguna madrugada a su casa, allá por los lados del barrio “El Sol”. El tiempo se me hace corto, y, quiero acordarme de todo para expresárselos con cariño en estas páginas, pero en la vida nunca se termina de recordar ni de aprender; porque a veces surgen nuevos acontecimientos que junto a los pasados nos ayudan a cimentar nuestra personalidad y experiencia.

        Era y es tan grandioso vivir en este pueblo y hablar de sus recuerdos, que la naturaleza siempre estuvo presta a satisfacer la mayoría de las necesidades con el menor esfuerzo posible. Hombres de bien, de reducida actividad, aquellas sabanas y aquellos pajonales, permitió con creces la cría del ganado vacuno y caballar, ejercida la más de las veces con métodos primitivos, sin preocupación por los adelantos con que a veces la ciencia lograba socorrerlos.

       Los hombres de Tucupido junto con sus mujeres e hijos, no fueron héroes, sino superhéroes; pues dedicaron y dedican los mejores años de su vida, en cada instante, en cada momento, cada vez que respiran y tienen aliento, a las faenas propias de su terruño, salvo aquellos momentos muy restringidos por cierto, a un mínimo y bien ganado reposo. De este Tucupido que más puede decirse: Tierra amplia para pensar, para sentir la libertad a flor de piel, para extasiarse con sus pajonales de invierno y remolinos veraneros, para recrearse en sus sabanas criadas por Dios, como una bienhechuria para que estos habitantes lo hagan suyo, junto con sus descendientes, moradores y amigos para siempre durante una eternidad.

        Para finalizar, cosa que no quisiera, pero el orden del día y las bases del encuentro no me permiten el ir más allá, aunque como dice Dostoiesvki: “Dentro conservo más de lo que me sale en las palabras” diré que este pueblo de querencias, recuerdos y tertulieros, llenan todos mis anhelos y pensamientos. Se que aquí, hay sangre y semilla buena, que debemos salvar y de la cual todos en mayor o menor grado, somos dueños de una parcela. Ojala volvamos a ser como aquellos tertulieros que no hacían mal a nadie y sus conversas o tertulias eran no con el objeto de dañar a persona o a institución alguna, solamente lo hacían para dentro de un manejo de opciones; escoger aquellas de mayor factibilidad y en la cual cada quien se comprendiera con palabras simples y anécdotas sencillas, donde se les asimilaba sin mayores contratiempos sin denostar de nadie o malquerencia alguna.

        Así pues, muy tempranito no más de 7 u 8 de la mañana, Guillermo Hernández, Próspero Pérez, Fernando Rodríguez, Antonio Guevara, Chicho Barrios, muy a la calladita se dejaban caer en la bodega de don Carlos Guaita; allí pedían su “fregosa”, “hierbabuena”, “guásimo” o “piritu” para tirárselas muy tempranito a las lombrices, ya que su decir y manera de ver esas “bichas” les estaban  haciendo crecer las barrigas muy rápidamente y había que atacarlas mas temprano que tarde. Allí tertuliaban plácidamente, hasta que cada quien se iba en busca de sus quehaceres.

        Don Anacleto y don Manuel Tomás Aquino conversaban sobre sus hijos y nietos, Héctor, Rubén y Manuelito se habían ido para Caracas a buscar nuevos aires y nuevas esperanzas. Doña Sara, conversadora por excelencia, comentaba con don Juan María Carpio sobre los vecinos del terruño y sobre la génesis de cada quien. Doña Concha de Dangelo y don Francisco Casado, hablaban sobre la venta de leche de la famosa lechería de esta ilustre matrona. No podemos dejar de mencionar a tertulieros más jóvenes como nuestros épicos “gallito” y “tari-tari” Caguaripano, Juan Magallanes, Poncho Correa, Dumas Andrade y aquellos refuerzos nada farragosos como Aquiles Silvera, Miguel Nassif y Nery Parra, quienes a veces entumecían sus huesos y lenguas hasta las 2 ó 3 de la mañana en la Plaza Bolívar para hablar y tertuliar sobre lo humano y lo divino, de siembras, créditos, deudas, tierras y animales, sin ninguna mala intención. Por cierto, no olvido aquí a los tertulieros de mi época Angel y Tino Castejón, Rigoberto y Santiago Aquino, Guillermito Casado, Manuel María Toro, Musio Balza, Gaspar Peñalver, Guillermo Bermudez,  Lorenzo y Rufinito Rengifo y aquellas amigas que a veces nos acompañaban como Elsie, Amintica, Pilar y Leticia Casado, Dulce y Alicia Rodríguez, Oda Ilda, Carmenza, Eukaris y Nancy, Mariita y Graciosita, las Correa y muchos y muchas que escapan a mi memoria y que llenaron de dichas, encantos y bellas tertulias, aquellas calles polvorientas e hicieron placentero por demás, el encuentro de viejas y nuevas realidades. La buena historia y el buen recuerdo se hacen presente porque como dice don Miguel de Unamuno: “Se vive en el recuerdo y por el recuerdo, y nuestra vida espiritual no es, en el fondo, sino el esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar, por hacerse esperanza; el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir”. Aquí trato de rememorar para que sea interminablemente dulce la rememoración. No hay atisbos de maledicencia. Si acaso hubo algo malo o cometí algún error, alguna experiencia ingrata, el olvido se prestará para esconderlo y el recuerdo para revestirlo de tierra buena.

        Debemos hacer reverencia hacia aquellas y hacia estas figuras de hoy que hicieron y hacen de sus vidas un sólido triángulo de trabajo, hidalguía y honor.

 

BIBLIOGRAFÍA

ARBELAEZ SOTO, Manuel. “El Guárico Oriental”.

ARMAS CHITTY, José Antonio. “Historia del Guárico”.

BERROETA, Alejandro. “Tucupido es el Nombre del Recuerdo”.

SEQUERA TAMAYO, Pedro Elías. “El Canto de la Candela”.

SUBERO, Efraín. “Por el Puerto”.


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