LOS BAILES EN VALLE DE LA PASCUA Y TUCUPIDO A
FINALES DEL SIGLO XIX
Manuel Soto
Arbeláez
Víctor
Manuel Ovalles Carlomán tenía una faceta romántica. En una carta suya dirigida
a una amiga de la juventud -que me ha cedido el señor Atahualpa Alvarado Díaz Moronta-,
recuerda sus viejos tiempos de bailarín a principios de los 1890s; y aún antes,
cuando vivió en Tucupido población donde se ha perpetuado su recuerdo, al
ponerle al Liceo local el nombre de este ilustre ciudadano.
Lo
lamentable es que la carta, escrita a máquina, no tiene fecha, pero en ella el
poeta y ensayista le recuerda a su amiga la honorable señora doña Filomena
Veitía, viuda de don Manuel Álvarez que “la gente del Alto Llano es aficionada
al baile; que en los hombres se desborda el chiste ingenioso; pero no malévolo,
y la frase, en estilo gráfico, que hace sonreír. Y en las mujeres se derrama el
salero de la tierra de María Santísima y bailan con un garbo y agilidad que
encantan. Recuerdo un baile que tuvimos en Tucupido, cuando residí allí, en la
casa de Don Juan Miguel Guzmán. Y para finalizar mandó Constantino Zamora
Rengifo a tocar, para bailar con Herminia Azero, hija de Manuel Azero,
guitarrista. Constantino inventó nuevas formas coreográficas, y Herminia le
adivinaba el pensamiento y lo seguía, plegándose a los caprichos del baile. Un
trueno de aplauso entre la sala y las barras, que eran el ¡Evohé! del triunfo”
(...)
En
otra ocasión un grupo de jóvenes llevó una serenata al presbítero Dr. Pedro
José Miserol, párroco de Valle de la Pascua, cura bastante ilustrado, muy culto
y de un sentido humano admirable, gustaba mucho de las reuniones sociales a las
cuales siempre era invitado de honor. La serenata fue completamente criolla con
los instrumentos marimba, furruco, arpa, cuatro y maracas. Como cierre del acto
el Dr. José Gregorio Domínguez y Angélica Peraza bailaron una en honor al
prelado. Domínguez, médico y gran bailador, fue acompañado por Angélica,
hermana del general Celestino Peraza Berroeta. Cuando el pavo se “armaba” y se
iba hacia la pava, ésta esquivaba la acometida y se situaba en la posición de
defensa”(..). Allí se traslucía la malicia llanera, según Ovalles; quien agrega
que “nosotros en Hispano-América en materia de bailes no tenemos que envidiar
nada al extranjero. La Rumba Cubana, el Bambuco Colombiano, el Yaraví Peruano,
el Tango Argentino, la Machica Brasilera y el Joropo Venezolano responden al
sentimiento de una raza”(...)
En
la carta el escritor farmaceuta rinde culto a la familia Veitía, sobre todo a
don Vicente, jefe de ella, hombre franco y condescendiente con sus amigos.
Misia Genara, su esposa, era una mujer avanzada para aquellos tiempos en las
prácticas del feminismo, por lo cual resultaba incomprendida entonces. El
matrimonio tenía 5 hijas, todas ellas buenas parejas de baile, encantadoras por
su donaire: María, la mayor y Julia, Filomena, Lola, y Genarita, todas ellas se
desenvolvían en un medio social sano en una población vallepascuense sin
excesos y turbulencias. Dice Ovalles que las muchachas amigas de su juventud,
entre las mejores bailadoras fueron: “María Matos, de oído fino para la danza;
María Ponce, de formas esculturales; Elvira Ramírez, trigueña de ojos negros y
chispeantes; Panchita Zamora Arévalo, con cara de Madona del Sanzio; Concha
Álvarez Romero, conjunto de simpatía, alma buena; Eloisa Pedrique, menudita y
graciosa; Sofía Ramírez, dinámica y de ojos vivos; María Teresa Gil, de
sencillez, atrayente y pobladas cejas; Tanita Álvarez, de buen gusto en el
bailar”(..). Y otras jóvenes que nombra son: Ninfa Rodríguez Célis, Isabel
Oropeza, Panchita Cobeña, Enriqueta Méndez Matos, Angelina Belisario Pérez y
las Gonzáles Oropeza.
Entre
los músicos vallepascuenses se destacaban Ramón Moreán, secundado por Antonio y
Zurita, don Miguel Méndez flautista, el maestro Emilio López en el bajo y
Hermenegildo Jaramillo insigne guitarrista.
El
señor Atahualpa Alvarado Díaz-Moronta me ha hecho llegar una carta
mecanografiada, sin fecha, en la que el Dr. Víctor Manuel Ovalles le recuerda a
una amiga de la juventud, cómo eran los bailes de la sociedad vallepascuense a
finales del siglo XIX.
La
amiga era doña Filomena Veitía, viuda de Manuel Álvarez e hija de don Vicente
Veitía, quien por muchos años fue el Registrador Subalterno del distrito
Infante. Hombre de gran corazón y progresista que acompañó a la juventud de
Infante en los 1890s en las manifestaciones de protesta por la invasión que
Inglaterra había hecho de la Guayana Venezolana. Se desprende de la precitada
carta que estos buenos amigos eran pareja en los bailes de la capital
infantina, como anota Ovalles “en aquellos momentos inefables en que nos
lanzábamos en los salones de Valle de la Pascua en el torbellino del
baile”(..).
Pero,
¿cómo eran esos “salones”? sigamos la descripción que el farmaceuta-bailarín
hace de ellos: “Esos salones se arreglaban con un piso ad hoc; y se adornaban
con espejos, lámparas, cortinas, flores y todo lo que la cultura y el buen
gusto había hecho allí (en Valle de la Pascua) de uso corriente”(..). Víctor
Manuel le pregunta a su amiga Filomena “¿Tú recuerdas cómo se ataviaban las
parejas en nuestros lujosos bailes? Él mismo responde: “Las damas con faldas de
raso, zapatos de gamuza, altas peinetas, mantillas españolas, guantes de
preville, etc. También la juventud masculina se trajeaba a la moda, y en
nuestros bailes de lujo eran indispensables los guantes. En esa época los
jóvenes se distinguían por la cultura del estilo con que trataban a las damas;
a las mujeres se les rendía entonces un culto digno de ellas. Extrañará a
algunos tales adelantos en un pueblo del llano (la Valle de la Pascua de los 1890s)”
(...)
¿Cómo
era la música bailable en esos años? V. M. Ovalles tiene la respuesta: “La
música era más espiritual y emotiva. En Venezuela se habían nacionalizado la
Polca y la Mazurca polacas. La danza, la contra-danza y los lanceros, con sus
complicadas figuras, se ensayaban y bailaban con esmero y en cuanto al valse
vernáculo vibra en el alma ardiente de nuestro pueblo”.
El
romanticismo aflora del alma de Ovalles cuando dice a su amiga Filo: “Tú y yo
estábamos en la flor de la juventud, sólo pensábamos en gozar, en divertirnos y
nos tratábamos de un modo cordial. Nunca fui exclusivista en nuestros bailes
vallepascuenses. Me gustaba bailar con varias muchachas, porque así complacía
al mayor número de ellas, pero siempre te preferí a ti y te daba preferencia
por tu alta cultura, tu modo gallardo en el bailar. Fuiste una muchacha de
mucho juicio (que) nunca halagabas pasiones de los que te hacían la corte” (...)
No
vale la pena seguir narrando el ardor de la carta que parece ser “un amor en
los tiempos del cólera” como la novela de García Márquez. Lo que sí vale la
pena recordar es que además a la orquesta o banda local, de Aragua de Barcelona
venía la orquesta de Amador Briceño, a amenizar algunos bailes especiales. Que
Ovalles, henchido de emoción dice: “Yo siempre recuerdo con sincero afecto a
Valle de la Pascua, porque allí discurrió mi juventud, fue el teatro de mis
luchas, de mis afanes y donde se formó el surco de mi vida psíquica” (...)
Estimo
que la carta fue escrita cuando los dos amigos eran ancianos porque él habla de
“nuestra lejana juventud” y recuerda que ellos dos eran los únicos
sobrevivientes de su generación.
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