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Elisa Jiménez. Una de ellas - Mercedes Muñoz

   Elisa Jiménez. Una de ellas

Mercedes Muñoz

 

II. LOS CUENTOS DE LA FAMILIA


LOS ANCESTROS

Elisa Jiménez Armas y toda su familia, tanto la paterna como la materna, fueron nativas del estado Guárico, el llamado corazón del llano en Venezuela.

En su libro Zaraza. Biografía de un pueblo, J.A. De Armas Chitty, experto estudioso de esta región, incluye al abuelo paterno de Elisa Jiménez Armas, Policarpo Jiménez, en una lista de «hombres tenaces y laboriosos, con los cuales Zaraza afianza su prestigio de pueblo que da las normas1».

Armas Chitty, en otro libro titulado Tucupido. Formación de un pueblo en el Llano, menciona a los ancestros maternos de Elisa Jiménez. «A través de todo el siglo XIX continúan los vínculos familiares y hombres de otros pueblos radican en Tucupido y contribuyen a estructurar nuevos núcleos […]. Una de las más numerosas familias del lugar es la Guzmán Arveláez, de Juan Miguel Guzmán de la Pascua y Mercedes Arveláez Machado2». Juan Miguel Guzmán y Mercedes Arveláez eran los bisabuelos de Elisa Jiménez Armas.

Aunque los vínculos de Elisa con sus bisabuelos no fueron directos, pues ya habían muerto cuando ella nació, ella conocía mucho de sus vidas, y le gustaba jactarse de que desde niña su madre la había hecho cómplice, sin tapujos, de los secretos de la familia.

Mi madre prosiguió conmigo la tradición instaurada por mi abuela. Y yo, amante de las buenas historias desde muy pequeña, me deleitaba con los cuentos de los secretos familiares.

Sus narraciones eran siempre desde la perspectiva de las mujeres y las condimentaba con reflexiones críticas como:

- ¡Imagínate Merce, qué injusticia, cómo sufriría esa mujer sometida a los chismes y comentarios de la familia toda su vida, pobrecita! –o con contagiosas carcajadas llenas de picardía:

- ¿Mercedita, será por eso que «fulanita» es tan aguada para todo? 

Mi mamá siempre me contaba:

- Elisita, mija, es que esa pobre mujer «nunca sintió nada».

Las Guzmán y las Arveláez

La historiadora Inés Quintero, autora del libro Mirar tras la ventana, el cual recoge y analiza una serie de testimonios de viajeros y legionarios sobre mujeres del siglo XIX en Venezuela, señala: «Estaba claro, entonces, que su destino era el matrimonio, la atención del hogar y la familia o la vida conventual. Sus virtudes más claras: la castidad y la obediencia3».

De acuerdo con la visión ofrecida en los relatos recogidos por esta autora, las mujeres venezolanas del siglo XIX: «Se mantienen dentro de sus casas, salen a la calle en buena compañía, asisten a la iglesia, son recatadas y virtuosas, se inhiben de asistir a fandangos y fiestas no aptas para damas4». Sin embargo, también Quintero encontró testimonios que ilustran cómo no todas se «ajustaban con exactitud a la cartilla5».

En aquella época, a fines del siglo XIX, cuando el lugar de las mujeres en Venezuela era su casa, tras las ventanas, Mercedes Arveláez Machado y Juan Miguel Guzmán, bisabuelos de Elisa Jiménez Armas por parte de madre, se casaron. Como ocurría con frecuencia en aquellos tiempos, Mercedes se llevó a vivir con ella a su hermana menor María Josefa Arveláez Machado.

Cerca de la plaza, en Tucupido, está la casa. Ahí conviven las hermanas y el marido de Mercedes Arveláez, ahora de Guzmán, acompañados de las mujeres que ayudan en los oficios de la casa. El pueblo es caluroso como todos los del llano, es por eso que a las hermanas les gusta sentarse debajo de la mata de mango. Cada una en su banqueta conversa y cuchichea mientras remienda o escoge los granos en el centro del patio de tierra, bordeado de columnas y pilares de madera hermosamente labrados.

Desde que se casó, Mercedes Arveláez parió tres hijas: María, Anita y Elisa Guzmán Arveláez. María Josefa, su hermana menor y tía de las niñas, ayudada a criarlas. A pesar de que María Josefa es joven y bonita, no tiene pretendiente, pasa los días al lado de su hermana, ayuda a atender a sus sobrinas y a realizar las tareas domésticas.

Un secreto presentimiento empieza a poblar los corredores de la casa. María Josefa ya no puede ocultar su barriga. Atrás, en la cocina, el lugar de las mujeres, hierve la verdad. María Josefa está embarazada de Juan Miguel Guzmán, su cuñado, marido de su hermana. Las hermanas se gritan y lloran. Las criadas, al sentir las primeras chispas, abandonan la cocina y se llevan a las niñas. Desde cualquier rincón de las casa se oyen los gritos y el llanto. El único que no oye es él, Juan Miguel Guzmán, pues está en la finca trabajando. Poco a poco va bajando el volumen de las voces en la cocina hasta que se instala el silencio en toda la casa. Una de las niñas se le escapa a la criada y entra en la cocina. Encuentra a su mamá y a su tía abrazadas. Tienen la nariz y los ojos rojos de tanto llorar.

Las hermanas acuerdan no separarse. Mercedes Arveláez le pone como condición a su hermana menor el juramento de que eso nunca más volverá a pasar. Ella, por su parte, no hablará nunca con nadie de este asunto.

A los seis meses nace en la casa Rosa Arveláez, hija de Juan Miguel Guzmán y María Josefa Arveláez.

De nuevo las hermanas, cada una en su banqueta, en el patio, debajo de la mata de mango, remienda y escoge los granos, conversa y cuchichea. Cuatro niñas duermen, gatean, saltan y juegan alrededor de ellas, las tres hijas de Mercedes Arveláez de Guzmán y la niña recién nacida.

Mercedes Arveláez de Guzmán espera otro bebé, esta vez, si es niña, sí le pondrá su nombre. La cuarta niña nace sin problemas. Cuando Mercedes se entera de que su hermana María Josefa está embarazada de nuevo, sabe que no podrá seguir viviendo con ella. La segunda y última hija de María Josefa Arveláez, Eladia, nació en una casa pequeña a donde se fue María Josefa a vivir sola, con sus dos hijas. Mercedes Arveláez de Guzmán tuvo tres hijos más: Josefa, Carmen y Jesús Guzmán. María Josefa no tuvo más hijos.

Adolfo Armas Ron, amor de una guzmán y de una arveláez

En el año 1907, Elisa Guzmán, la tercera de las hijas de Juan Miguel Guzmán y Mercedes Arveláez de Guzmán, se casó con Adolfo Armas. Ella tenía 16 años y él 28.

Adolfo Armas se había venido a Tucupido de Valle Guanape, un pueblo del Guárico también, después de perder a su primera familia. Su única hija había muerto de fiebre amarilla a los 12 años, y su esposa, madre de la niña, falleció al poco tiempo (Eloísa Armas y Graciosa Armas, hijas de Adolfo Armas, aseguran que no fue de fiebre amarilla pero no saben de qué murió).

Al año del matrimonio de Elisa Guzmán y Adolfo Armas nació Mercedes Armas Guzmán, mi abuela materna, madre de Elisa Jiménez Armas. Y dos años después nació Josefa Armas Guzmán, mi abuela paterna. Porque sucede que el primer esposo de Elisa Jiménez Armas, Simón Muñoz Armas, mi padre, era su primo hermano. Pero eso fue muchos años después, no nos adelantemos... Mi abuela materna, Mercedes Armas Guzmán, «Merche», como la llamaban todos, nació en 1908, el año en que comenzó la dictadura de Gómez, y Josefa Armas Guzmán, «Pepita», mi abuela paterna, nació en 1910. Tenían tres y un año respectivamente cuando quedaron huérfanas de madre. En el año 1911, Elisa Guzmán de Armas murió con apenas veinte años de edad.

Viudo por segunda vez, con treinta y dos años, Adolfo Armas dejó a sus hijas Merche y Pepita a cargo de sus cuñadas Guzmán, por un tiempo. Contaban mis abuelas que su papá las visitaba y estaba pendiente mientras ellas vivían con sus tías.

A los pocos meses de haber enviudado, Adolfo Armas llegó a la casa de las Guzmán con la noticia: se casaba de nuevo. Pero no se podía llevar a sus hijas todavía. Se preguntaba si las tías podrían quedarse a cargo de Merche y Pepita un tiempo más, mientras él instalaba su nuevo hogar. En unos meses más, se las llevaría a vivir con él y su nueva esposa.

Las Guzmán estaban bien contentas de quedarse un tiempo más con sus sobrinas, pero les causó cierta sorpresa quién era la nueva novia de Adolfo Armas. Se trataba de Eladia Arveláez, su hermana por parte de padre, hija de María Josefa Arveláez con Juan Miguel Guzmán.

Se casaron Eladia Arveláez y Adolfo Armas Ron. En 1912 les nació el primer hijo: José Manuel Armas. Poco tiempo después se llevaron a vivir con ellos a Merche y Pepita, a quienes Eladia Arveláez terminó de criar. Tuvieron ocho hijos, hermanos de mis abuelas por parte de padre: José Manuel, Eloísa, Nicolasa, María Eladia, Pompeya, Rosa Emilia, Graciosa y Adolfo. Estuvieron juntos hasta la muerte de Adolfo Armas, a sus setenta y nueve años.

Adolfo Armas se va para la guerra

Graciosa Armas, la hija menor de Adolfo Armas, relata:

Papá era demasiado rígido y fuerte de carácter, y tenía un gran sentido de lo que era el cumplimiento de su palabra, eso era primero que nada. Siempre decía que su palabra era un documento y que él no tenía necesidad de firmar nada, porque su palabra valía mucho. Era demasiado riguroso.

A él le gustaba mucho la política, ese era su tema. Tanto fue que cuando se alzó Emilio Arévalo Cedeño contra Gómez, en esos alzamientos que había en aquella época, en el año diecinueve o veinte, se fue con él. Se fue cuando mi mamá estaba en estado de Rosa Emilia, la sexta de los hijos que tuvieron mamá y papá. Dejó a mamá embarazada encargada de todos esos muchachos pequeños y sin dinero. Sin nada, que mi mamá resolviera todo.

Emilio Arévalo Cedeño, oriundo de Valle la Pascua, pueblo guariqueño cercano a Tucupido, se alzó contra Gómez por primera vez en 1914. En la plaza de Cazorla dio el grito: « ¡Viva la libertad! ¡Muera el tirano!» y a la cabeza de cuarenta hombres, emprendió su lucha contra la tiranía. De 1915 a 1933 invadió siete veces el territorio venezolano desde Colombia. Durante la tercera invasión, en enero de 1921, Arévalo Cedeño al mando de 123 hombres arrestó, sometió a consejo de guerra y fusiló a Tomás Funes, gobernador del Territorio Federal Amazonas, apodado «el terror de Río Negro». Esta acción le significó un enorme prestigio entre los opositores del régimen gomecista.

El 7 de agosto de ese mismo año, Arévalo Cedeño, a la cabeza de 200 hombres, parte en su cuarta invasión a Venezuela desde Colombia por el río Meta. Atraviesa Apure, el 2 de septiembre llega a Santa María de Ipire, al día siguiente toma Valle la Pascua, su pueblo natal, donde se queda dos días y después parte a Zaraza, vía Tucupido.

Eladia Arveláez ya parió cinco hijos y está criando a Merche y a Pepita. Espera su sexto hijo, está en su noveno mes de embarazo, pronta al parto.

Emilio Arévalo es de Valle la Pascua, pueblo vecino a Tucupido, es carismático y valiente y goza de excelente reputación. El mismo Arévalo relata en su libro6:

Hubo sacerdotes, como los de Santa María de Ipire, la Pascua, Tucupido, Aragua de Barcelona, Sabaneta de Turén y otros, que sus manifestaciones a favor de la Revolución fueron tan marcadas por su nobleza, que hago justicia en consignarlas aquí.

A mi entrada a Zaraza, querida y culta población de mis llanos, tuve una satisfacción muy grande. Distinguidas damas de aquella sociedad arrojaban flores a nuestro paso, como un aplauso y estímulo por nuestro triunfo en Santa María de Ipire, y por nuestra constancia en el patriotismo y en el cumplimiento del deber.

Cuando Emilio Arévalo pasa por Tucupido el 5 de septiembre rumbo a Zaraza, para de allí ir a Guasdualito, donde se desarrollará la próxima batalla, Adolfo Armas se une a sus tropas.

El 21 de septiembre Eladia Arveláez de Armas da a luz, tiene una niña a quien le ponen por nombre Rosa Emilia, en homenaje a Rosa Arveláez, la hermana de Eladia y Emilio Arévalo Cedeño. Quince días después del nacimiento es bautizada Rosa Emilia Armas Arveláez; hay gran agitación en el pueblo de Tucupido, Emilio Arévalo se ha escapado ese día de la tropa para venir con su, ahora, compadre, Adolfo Armas a bautizar a la niña. La madrina será Rosa Arveláez, tía de la niña.

Eloísa Armas, hija mayor de Adolfo Armas y Eladia Arveláez, tenía siete años cuando Rosa Emilia nació y recuerda:

Tenía Rosa Emilia quince días de nacida cuando la bautizaron, me acuerdo clarito. Los padrinos de Rosa Emilia fueron mi tía Rosa y Emilio Arévalo. Él era delgado y bastante trigueño. El bautizo fue de mañana. Como a dos cuadras de la iglesia estaba la casa donde nació Rosa Emilia, porque ella no nació en la casa, porque yo no sé si era Merche, que tenía fiebre larga. Entonces, aquella casa estaba llenita, también la iglesia estaba llena. Entrando Emilio Arévalo a la iglesia y todavía de la casa salía gente. Después del bautizo, ese mismo día se fue mi papá a «guerreá», volvió a la casa como a los tres años. Mi mamá nos mantuvo haciendo empanadas y conservas, también cosía. Ella fue la que comenzó en el pueblo con eso de vender empanadas. Las vendía en la mañanita. Las hacía de un tamaño pequeño y acomodaba seis en un paquetico. Donde había niños les ponía de regalo un «rosquetico», que se hace con masa dulce, se amasa la masa así, larguita como una culebrita y después se cruza, todo eso lo vendía a medio.

Mamá cocinaba demás de bueno. ¡El pastel de morrocoy compuesto por ella, uhm... las hallacas, las empanadas!

La atracción por la política, profunda marca familiar, es legado de Adolfo Armas. La habilidad para la buena cocina, que también nos caracteriza, es herencia de Eladia Arveláez.

Los amores de merche

A fines de los años veinte se conocieron Pedro Jiménez y Mercedes Armas, el papá y la mamá de Elisa Jiménez Armas. Merche estaba en sus primeros veinte y Pedro Jiménez cercano a los cuarenta. Él era de Zaraza, que queda a unos sesenta kilómetros de Tucupido. Tenía negocios con algodón y ganado. Viajaba periódicamente a Tucupido y a Caracas por negocios. Día y medio se llevaba el viaje de Zaraza a Tucupido, a caballo o en mula. Cuenta Graciosa Armas:

Merche era la hija preferida de papá. Yo creo que porque era la mayor, bueno, era la mayor y era media alcahueta. Ella le llevaba mucho la corriente en todas sus rabietas, le hacía chistes o lo que fuese. Había mucha comunicación entre ellos, cosa que no tuvo papá con la mayoría de sus hijos. Sin embargo, él prácticamente le impuso que rompiera los amores con Jiménez.

Eloísa Armas recuerda también:

Es que Pedro Jiménez tenía fama de embrollón, de que embrollaba a las muchachas. Tenía amores, se comprometía y después al pasar el tiempo no se casaba. No recuerdo qué tiempo tendrían de amores, pero llegó el tiempo de casarse y él habló con mi papá y fijó una fecha, pero llegó la fecha y no se casó. Ahí papá se puso furibundo y le dijo a Merche que terminara, que ahora ella no se casaba con ese señor. Antes se usaba que los novios se escribían cuando eran de pueblos diferentes. Ella tenía las cartas de él en un cofrecito, cogió el cofrecito y le puso un lazo negro para devolvérselo como papá le había ordenado, pero escribió un papel donde le decía: «¡Nunca te olvidaré!». Ese papelito se lo puso entre las cartas que le devolvió con el cofrecito.

A efectos de ese papel, como al mes vino Jiménez y habló con mi papá. Ahí dijo papá, que ella era mayor de edad y si ella quería se casaría con él, pero que ese matrimonio no se celebraba en su casa. Y no hubo forma. Merche se casó en casa de Pepita. No aceptó que fuera ninguna, ni mi mamá, ni nadie. Fue un matrimonio entre ellos nada más. Al día siguiente se fueron para Zaraza.

Estas y muchas otras deliciosas historias familiares compartí con mi madre durante toda su vida. Le gustaba que la acompañara a matrimonios y velorios familiares y allí me ubicaba:

- Mira Merce, aquella es «fulanita», ¿te acuerdas, la que te conté que estuvo «fajada» (usando faja) los nueve meses de embarazo y su mamá descubrió que estaba pariendo cuando le empezaron las contracciones?

O me decía:

- Aquel es «fulanito», el que te conté que cuando era carajito su papá lo cargaba pa’arriba y pa’abajo, y cuando se estaba echando palos lo mandaba a su casa a hacerle un «mandao». El carajito corría de la plaza a su casa, llegaba agitadito y escupía en el piso del patio (esto en el sol de las doce de Onoto) y le decía a la mamá: manda a decí papá que está bebiendo allá cerca de la plaza, que antes de que se seque la salivita, le estés mandando casabe con queso pa’ acompañá el aguardiente. Y mira, quién iba a pensar que hoy en día ese muchacho es físico, y de lo más aplicado.

Elisa Jiménez se sentía orgullosa de conocer y ser parte de esas historias, y desde que leyó Cien años de soledad, apenas recién publicado, incorporó de manera permanente a la sesión de cuentos de la familia el clásico comentario:

- Macondo, esta familia es Macondo.

Josefa Armas Guzmán (Pepita), (ca. 1928) y Simón Muñoz, padre de Simón Muñoz Armas y esposo de Pepita (1928) 

Elisa Guzmán Arveláez (ca. 1906) y Adolfo Armas Ron (ca. 1960)


Notas

1. J.A. De Armas Chitty. Zaraza. Biografía de un pueblo. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1983, p. 67.

2. J.A. De Armas Chitty. Tucupido. Formación de un pueblo en el Llano. Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1961, pp. 199­200.

3. Inés Quintero. Mirar tras la ventana (Testimonios de viajeros y legionarios sobre mujeres del siglo Xix). Alterlibris Ediciones, Caracas, 1998, p. 13.

4. Idem, p. 28.

5. Idem, p. 29.

6. Emilio Arévalo Cedeño.

El libro de mis luchas. Publicaciones Seleven C.A., Caracas, 1936, p. 155.

 

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