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Don José Martínez - Degnis Romero

 

Abastos La Preferida de Don José Martínez

Ilustre importado zaraceño

Don José Martínez

Degnis Romero

    Al llegar a Tucupido, estacionamos frente al negocio de Don José Martínez, una casa que forma parte de la historia del pueblo desde la primera mitad del siglo XX, ya que allí funcionó la primera planta eléctrica que alumbraba los pocos bombillos de la plaza Bolívar y de las casas circunvecinas. Luego, a partir de comienzos de los años sesenta, pasa a ser el Abastos La Preferida, un establecimiento que se convierte, a la postre, en referencia obligada de consumidores y de la gente del pueblo; desde entonces, adorna su iconografía.

    Don José nos saluda con el cariño de siempre y, una vez retribuido el afecto, se le amenaza con una entrevista, a lo que asiente con su amplia sonrisa diciendo: – ¡Cómo no...!

  Comienza diciendo que nació en Zaraza, que estudió Contabilidad con unos curas en Barcelona, y que comenzó a trabajar en Onoto, en el negocio de unos familiares, en 1945.

   Se casó en 1948 con la recordada Doña Candelaria, de quien se decía (no me consta, pero es vox populi) que cuando manejaba se bajaba del camión antes de llegar a las esquinas para asegurarse de que no viniera otro carro.

   Tuvieron 4 hijos: Edgar (alto pana, tristemente emigrado a sus tempranos cincuentas), Ángel, Isabelita y Mary Carmen (la única tucupidense). Llegaron a Tucupido en 1956 (igual que las monjas), estableciendo su negocio inicialmente en la casa que quedaba en la esquina diagonal a la actual; a esta se pasó en los 60s. Dice que en ese local había funcionado el club de bolas criollas de los trabajadores de la petrolera.

    A partir de ese momento comienza el capítulo curioso que significa entrevistar a alguien que atiende una bodega, por las continuas interrupciones: – ¡Demiunfresco, Don José!  – ¿Tiene cierres, Don José? Mientras él despacha y se mueve con una destreza que recuerda la canción de Nat King Cole.

    Lo que más impresiona, es su profundo conocimiento de las actividades agropecuarias y de su evolución desde antes de la aparición del petróleo, hasta nuestros días. Ese cuento lo narró de esta forma: – Cada quien tenía su conuquito en el cual sembraban toda clase de plantas alimenticias y criaban diversidad de animales. Esto lo usaban para su propio consumo y para vender o cambiar (el trueque) por otros bienes necesarios; además, trabajaban en fincas de terceros percibiendo la suma de dos bolívares por día. La compañía petrolera comenzó pagando 6 bolívares diarios, ocasionando una migración de la gente del campo, con el consecuente abandono de los conucos. Para complemento, comenzó a llegar gente con “bongos” repletos de licor y exquisiteces, además de “bateas” con juegos de azar.

– Otro mal ha sido la deforestación indiscriminada. Las fincas deberían tener más del 30% del área con árboles, en particular sembrar por las lagunas especies como Samán, Caro, Tarare, Cují (blanco y negro), Guásimo, Jobo, etc., para que el ganado pueda comer y beber. Una vaca que normalmente da 5 litros de leche diarios, con ese tratamiento llega hasta 8 litros x día.

        – Está matemáticamente comprobado que 8 litros de leche dan para preparar un kilo de queso, dejando el suero salado para la mantequilla y el suero dulce para la cocina.

    Se nos ocurrió preguntarle por qué razón hay tanta diferencia entre Tucupido y Maturín, si tienen el mismo año de fundación; a lo cual respondió con una clase magistral del alto grado de automatización con que funcionan las fincas en aquella zona. Al parecer, Monagas le ha sabido sacar mejor provecho al oro negro. – Aquí llegó un momento en el cual lo que se ganaban los trabajadores de la compañía no alcanzaba para cubrir gastos del licor y otros vicios. Nunca tenían nada porque todo lo que se ganaban se lo tomaban. Antes de eso uno iba al campo y conseguía de todo: huevos, gallina, cochino, etc. Después de eso no se conseguía nada, el que vivía de sus animales y de su cosechita se quedó sin nada.

    Adicionalmente, narró un caso que le ocurrió a un veterinario en Barcelona, quien llegó contando: – Caramba, me acaba de llamar un señor que tiene una finca, diciendo que tiene unas vacas con aftosa y varios becerros con carbunco bacteridiano. Le dije que comprara unos remedios, que al día siguiente le mandaba un vacunador y que tenía que pagar su costo y el de mi consulta. Estoy seguro de que ese ganado no tiene lo que el señor dice, pero no lo pude contrariar ya que se cree colega mío haciendo diagnósticos.

    Entre risas y un ambiente saturado de cordialidad, nos despedimos de este personaje de gran calidad humana, que llegó a Tucupido importado desde Zaraza, y que levantó allí una familia merecedora del respeto y del aprecio de todos.


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