Germán
Milano, con descendencia, cortesía de Danely Toro
Vozarrón
tucupidense
Germán
Milano
Teníamos un largo rato con
las intenciones de conversar con Germán Milano, un tucupidense de voz
excepcional quien es leyenda viviente del canto en el pueblo.
No es para menos. En breve
charla telefónica auspiciada por el tío Esnel Rodríguez, nos cuenta de sus
andanzas.
Comienza diciendo que nació en la calle Pérez Rengifo, del barrio El Sol, en Tucupido, el seis de septiembre de 1927. La simple cuenta dice que ya va por los 89 años con lucidez envidiable.
A los 14 años era arriero de ganado, lo que marcó su debut cantando tonadas como: ♫Ponte vaca vieja ♫, y otras.
Recuerda, con cariño, a su
amigo Simón Romero, quien llamaba ‘primo’ a todo el mundo, pero a él le decía
‘prrrimo’. Trabajaron juntos en la compañía Venezuela Atlantic, y nos rememora
los opíparos ágapes que se disfrutaban en aquellos montes a la hora del
almuerzo, cuando tendían un trapo en el suelo y vaciaban encima sus viandas que
compartían a modo de revoltijo. Dice: – Todos
comían de todos y estábamos bien gordos.
También refiere: – Tu papá tocaba bien la guitarra, pero yo no.
Era chambón, pero me acompañaba en mis canciones y no me equivocaba.
Cuenta que su voz fue un
don de la naturaleza y que fue autodidacta aprendiendo a tocar la guitarra: – Veía a otros tocándolas y se las pedía
prestada para aprender.
En 1950, compró su primera
guitarra por 80 bolívares, a crédito, en el negocio de Chicho Barrios. Cuando
se le dañaba iba a cambiarla por una nueva. Narra que en una borrachera agarró
una rabia y estrelló una de ellas contra un poste de la luz. Luego dice una
verdad ancestral: – ¡Borracho no es
gente!
A los 21, en 1948, tuvo su primera cita célebre cantando con Pedro Infante, quien tenía 31, en visita que narra María Luisa León, en el capítulo XIV del libro "PEDRO INFANTE EN LA INTIMIDAD CONMIGO", de esta manera: PEDRO sale a Venezuela, para presentarse en Caracas y sus alrededores. Es muy bien recibido, la gente comienza a quererlo mucho; pero estalla una pequeña revolución y eso perjudica sus planes.
Se refería al golpe del 24 de noviembre de 1948, contra Rómulo Gallegos, episodio que quedó registrado al final de su actuación en el “Teatro Principal” de Caracas, cuando dijo: – Encantado los seguiríamos enfadando otro rato más, porque si no nos agarra el toque de queda y nos quedamos.
(Oír en: Pedro Infante en Venezuela (en Vivo) - Noviembre de 1949)
El encuentro fue en el popular bar “La Esperanza”, luego de que la estrella concluyera su apoteósica presentación en el cine América, acompañado del “Trío Janitzio”, integrado por: Roberto Hernández (armonía y primera voz), y los hermanos Daniel (representante del trío, guitarra, armonía y segunda voz) y Jesús Maldonado (requinto y tercera voz).
Se llenó de audacia y
abordó a Infante cuando este se empinaba un trago de caña clara aderezado con
sal y limón, y vociferaba: – ¡Este
remedio es mejor que el tequila mexicano!
Le dijo: – Quiero cantar “Juan Charrasqueado” con usted. Y de inmediato estaban haciendo un dúo de película.
Cuenta que: – Le dimos serenatas a las Risso, a las Hernández y a las Casado. Al despedirse me dijo: – Usted canta bien, acomódese porque se va conmigo para México. Yo le dije: – No Don Pedro, yo me voy más luego.
El 15-04-57, sucedió lo que narra el diario La Jornada: El avión era grande y despegó de la pista 10. El capitán Víctor Manuel Vidal anunció que estaban listos para despegar, Despegaron, pero la nave perdió sustentación a 20 metros de altura. Se averió uno de los motores. La caída fue rápida. Pedro oró. El aparato cayó sobre una casa situada en las calles 85 y 54. Murió Vidal, Pedro, que iba como copiloto, el mecánico Marciano Bautista y Ruth Rossel, quien estaba cerca del accidente y que fue alcanzada por el combustible. Eso ocurrió a las 7:54.
Le agradece
a Dios por no aparecer ahí: – De haberme
ido no lo estuviera contando.
La segunda cita con el
estrellato ocurrió en 1952, a sus 25 años, cuando cantó con Alfredo Sadel, en
el Teatro Ribas, de Tucupido. El público disfrutó a rabiar de ese dúo bandera
interpretando la canción: “Tú, Solo Tú”.
Sadel quedó tan
impresionado con el vozarrón de Milano que tapó el micrófono y preguntó: – ¿Estamos igualando voz? Recibiendo por
respuesta: – ¡No, señor! ¡De ninguna
manera!
Luego le planteó a
Alejandro Rodríguez: – Ese muchacho tiene
porvenir en el canto, lo que pasa es que no tiene ayuda. Yo lo invité para
Caracas, pero no quiere salir de aquí.
Esto motivó a Don Alejandro
a ofrecerle costear el viaje y sus estudios de canto en la capital, a lo que
respondió: – No, muchas gracias, pero ahorita
no. Y tampoco se fue.
Nos aclara con sinceridad: – Cosas del destino, Simón. Yo no nací pa’
eso. Yo nací pa’ cantá y echá broma porái. Sin embargo, estuve una temporada,
entre 1955 y 1957, cantando los sábados en los cines Ribas y América. Me ganaba
50 bolos por cantar cuatro canciones. Yo mismo me acompañaba con la guitarra,
chamboneá y todo, pero salía bien. El ‘show’ se hacía en el intermedio de la
película. Después de dos royos prendían las luces, montaban el micrófono, cantaba
las canciones y me pagaban 25 ‘Cuatronas’, como llamaban a las monedas de dos bolívares.
Pero mi especialidad era la serenata trasnochadora. Me gustaban las rancheras.
Todavía me dicen “El Charro”, pero ya perdí todas las nociones. ¡Ya no toco ni
canto ná! Pero en aquella época qué no hacía uno con 50 bolos. Un amigo me los
dio por llevarle una serenata a su esposa; compré 13 bolos en carne y me dieron
un saco que pesaba como un venado.
Agrega: – Nunca compuse canciones porque no tenía esa
vocación. No nací con ese don. Lo mío
siempre ha sido cantar. Cuando canté con Sadel, nos acompañó Rufo Pérez,
tocando el órgano. Tiempo después, Rafael Guillén, quien era locutor, me dijo: –
Mira Milano, si tú te hubieras ido para Caracas y pasas seis meses metido en un
estudio sales internacionalizado como cantante, porque lo tuyo era natural y lo
que necesitabas era un maestro que te enseñara la técnica: cómo se agarra y se
bota el aire, etc. – Pero no lo hice.
Preguntamos si conserva
alguna fotografía de aquellos tiempos y dice que no. Plantea que Manuel Aquino,
está por publicar un libro donde narra su trayectoria, y que le solicitó que se
retratara para ponerlo en el medio de Pedro Infante y Alfredo Sadel. Dice: – Yo no he visto la foto, pero alguien me
contó que eso quedó ‘cartelúo’. ¿Cómo te parece?
No podía faltar la
referencia a dos insignes serenateros: Luís “Chito” Hernández (quien lo invitó
varias veces a cantar en su programa de radio, acompañándolo con la guitarra), y
Nardo Velásquez, otro gran exponente de la guitarra y del canto; integrantes
ambos del legendario Trio Tucupido.
Como colofón de la amena
charla, saca otra anécdota de su duro trajinar en las calles tucupidenses: – Las muchachas se recostaban en las
ventanas y cuando terminaba la canción y me despedía siempre pedían otra y
otra. Tenía que cantarles tres, y después me pedían que me largara. Alguna de
ellas me hacía esperar un momento antes de irme y se aparecía con una botella
de whisky para que siguiera mi farra.
Eso era una ofensa para ti,
le decimos…, y suelta la risa.
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