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Cuento recreativo de Tucupido - Emily Zerpa Azuaje

 

                                           Emily Zerpa Azuaje y Alfonso Rojas “Rojita”

La cronista incipiente

Cuento recreativo de Tucupido

Por: Emily Zerpa Azuaje (9), 4to "C", E. P. B. "Félix Antonio Saá"

Sentada bajo la mata de limón en la casa de mi abuela paterna, entablo una conversa con mi bisabuelo que tiene 91 años “y la mente lúcida” como dice mi abuela, quien sostiene que su papá tiene mejor memoria que muchos que son más jóvenes, y hasta mejor que la de ella misma.

Le pregunto: abuelo, ¿cuéntame cómo era Tucupido en tu niñez y adolescencia? Él, a quien le encanta hablar, empieza su relato:

NIÑEZ

Mira ‘mija’, Tucupido era un pueblo chiquitico que era Municipio Ribas y dependía de Zaraza hasta 1945, cuando por decreto pasó a ser Distrito Ribas, mientras estaba en la presidencia Isaías Medina Angarita; pero, volviendo al ambiente de su niñez, me dice que se acuerda de la conseja: “Viene la vaca por el callejón / No le tengas miedo que es cacho tocón”.

Cuenta que no había energía eléctrica, ni agua por acueducto. Buscaban el agua en la laguna de Rivero y la transportaban en barriles que montaban en burros; años después construyeron la represa de Coco’e Mono. En las esquinas usaban faroles (lámparas de kerosén o carburo), los prendían a las seis de la tarde hasta las once de la noche. Un señor de nombre Rafael Acero, trajo una planta que ubicaron donde está la bodega de José Martínez; luego trajeron otra planta a la que dieron el nombre de Belén, por lo vieja. A esta la ubicaron en la esquina de la casa que hoy es de los Nacciff.

La mayor parte del día transcurría en ir a la escuela, que funcionaba en una casa que quedaba frente a donde hoy día funciona el “Félix Antonio Saá”. Recuerda que el maestro que le enseñó a leer y escribir fue Luis Guglietta Ramos, el primero en llegar al pueblo. Alcira Díaz de Barrios, quien vive actualmente en Ciudad Bolívar, también dio clases. La escuela no era por grados, pero nos enseñaban a leer, escribir, sumar, restar y multiplicar.

Era un Tucupido que al caer la noche se convertía en pueblo de muertos, aparecidos, sayonas, etc., y de zorros que entraban a la población a meterse en los patios de las casas, directo al gallinero para comerse las gallinas. Los perros se alborotaban a ladrar; había que pararse a ‘espantá’ los zorros a piedra y palo, evitando su mordida porque transmitían el ‘mal de rabia’. Más de un perro andaba con un collar de limón para curarle o evitarle esa peste.

Ah, las vacas eran otras que llegaban al caer la noche y arrasaban con cuanta mata había en los solares que colindaban con la calle o cuando por olvido dejaban la puerta de zinc abierta; cuando esto sucedía, en la mañanita se oía el escándalo: “la vaca de fulano me comió las matas de cayena, ya le voy a ir a ‘reclamá’  pa’ que tenga ‘cuidao’ con sus animales”; y por ahí se armaba el zaperoco: “yo me la paso cuidando mis matas pa’ que vengan tus vacas a comérselas. ¡Mete tus bichas a un corral!”.

Yo crecí en la calle San Pablo, cruce con Roscio, cerca del samán que está al lado de tu escuela “Félix Antonio Saá”, ‘mija’. Allí, bajo su sombra, había un arenal donde los niños jugábamos metras, trompo y perinola. Se formaba una que otra pelea que no pasaba a mayores, porque siempre venia un adulto y los ‘desapartaba’; seguidamente llegaba el papá, o la mamá, de los contrincantes y, a correazos o ‘a chaparro limpio’, se los llevaban para sus casas sin opción a pataleo; pero era peor -que los regaños, el chaparro o la correa- la burla de los demás; y ese ‘chalequeo’, como decimos ahora, podía durar días y hasta semanas hasta que los mocosos se agarraban a puñetazos otra vez. 

ADOLESCENCIA

Mi abuelito me cuenta que, de muchachos, formaron un grupo de varones y hembras. Se divertían yendo a la plaza Bolívar y a ‘quizandeá’ a Tamanaco. Los domingos esperaban a que las muchachas salieran de misa y se iban a la laguna de Rivero donde hacían sancochos. En una oportunidad llevaron una bebida, a base de ron, llamada ‘guarapita’. Una de las muchachas se emborrachó porque se tomó dos o tres traguitos sin haber comido, y como no estaba ‘acostumbrá a tomá’ se volvió ‘ñoña’. ¡Jajaja!

¡Válgame Dios! ¿Qué hacemos con Aurora?, que así era el nombre de la susodicha; no la podemos llevar así a su casa, la doña mínimo aparte de un insulto nos da unos escobazos. ¡Jajaja! (soltamos la risa al mismo tiempo), y sigue mi abuelito el cuento: las demás muchachas la llevaron atrás de unas matas cerca de la laguna donde le quitaron la ropa (que era la ‘Dominguera’) porque se había ‘vomitao’ y la dejaron en fondo (prenda íntima que antes usaban las mujeres para contrarrestar la transparencia de las telas con la luz del sol y para que no se vieran sus partes. Por cierto que cuando uno le veía un ‘picón’ a una muchacha era un ‘chepazo’, no como ahora que andan casi ‘esnúas’). Después, a Aurora, la sentaron en la orilla ‘y agua con ella’, además de ponerla a oler limón pa’ que se le pasara la pea. A mi me tocó la tarea de intentar sacarle el vómito al vestido ‘Dominguero’ dentro de la laguna, hasta que por fin lo logré. ¡Casi vomita el hígado! ¡Jajaja! -las ocurrencias de mi abuelito-.

El vestido, luego de oreárselo un poco, las muchachas la ayudaron a ponérselo y los muchachos se encargaron de terminar el sancocho. Comimos y luego, al atardecer, emprendimos camino rumbo al pueblo; a la pobre Aurora la traíamos ‘en parihuela’ y le echábamos broma preguntándole que si quería un palito de ‘guarapita’. Cuando llegamos, a mí me tocó entregarla porque fui yo quien le consiguió el permiso con su mamá.

La doña cuando la vio dijo en tono nada agradable: muchacha ¿por qué vienes así tan ‘revolcá’ y con ese ‘vestío to’ curtío’ y medio ‘mojao’? Yo le dije: no doña, no piense mal, lo que pasó fue que ella se montó en una piedra, se resbaló y se cayó al agua, y acuérdese que agua de laguna en la orilla si se revuelve es barro. Aurora luego nos contó que se dio un buen baño y durmió hasta el siguiente día.

Mi abuelito me cuenta que todo era diversiones sanas, que había mucha solidaridad entre los amigos y que muy por encima de todo estaba el respeto.

Con el pasar del tiempo cada quien tomó su rumbo, se casaron y formaron sus familias.

Hoy día, de los protagonistas de este relato, sólo quedan vivos su amiga Alcira Díaz de Barrios y él.


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