Los
97 palos de Don Fernando
“El
Vate” Aular
Degnis
Romero
Nos
acercamos a Tucupido para la periódica dosis de necesaria catarsis que produce
percibir el agradable calor pueblerino y que, adicionalmente, ayuda a
contrarrestar la nostalgia y la depre producida por varios meses de lejanía.
Sin embargo, existe el claro objetivo de conversar con Fernando “El Vate” Aular, aprovechando la circunstancia de su cumpleaños número 97.
El contacto se logra gracias a la gentil intervención de Alexis Gerdel y su esposa Nubia Zamora (nieta del músico-poeta), vecinos (por la calle Libertad) de la casa San Celestino, que perteneció a la familia Romero Rodríguez, ubicada en la calle Guaicaipuro Nº 40.
El amable Alexis
hace un alto en sus actividades y nos acompaña al bullicioso sector El
Tranquero, en una de cuyas seis esquinas reside Don Fernando.
Vamos
armados con las notas acerca de músicos de la época, garrapateadas con la ayuda
de Doña Alida de Romero y con el artículo “Recuerdos musicales de Tucupido,
Parte Nº 1” (foto) de Gladys Vásquez de Aular, esposa del Dr. Fernando Aular
Durant (médico radiólogo e hijo de El Vate).
Con
gesto amable nos invita a sentarnos e increpa: –¿Para qué soy bueno? Le explicamos las intenciones de conversar
acerca de su experiencia con la música y la poesía a lo largo de su fructífera
existencia.
Pide que se le hable alto ya que sus
oídos sufren la merma de los años; lo hace con un hablar pausado y fino que
recuerda a Alberto Arvelo con aquello de: En un verso largo
y hondo/se le estira el tono fiel, y comienza diciendo:
–Un treinta de mayo de 1912 salí a este
mundo. A los ocho años de edad (1920) me metí a monaguillo con el cura párroco
Brígido González, porque era la manera de acercarme al armonio que había en la iglesia
y que tocaba Ángel Rangel; al poco tiempo heredaría esas funciones.
–Estudié
música con el maestro Teófilo Ruiz y el violín con Antonio Miguel Martínez,
después me uní al conjunto de Moisés Morean (clarinetista excepcional) que pasó
a llamarse Conjunto Morean-Aular y tocábamos en pueblos y caseríos
circunvecinos. Muchos tocaban ad orecchio
(por oído).
Hace
una pausa y se queja de que ya no puede digitar su violín. Le recordamos que en
su caso no había razones para sentirse mal ya que aprovechó a lo largo de su
vida productiva, exprimiendo al máximo sus facultades y que el transcurrir del
tiempo nos va limitando funciones, pero que esas son cosas naturales de Dios.
De inmediato preguntó con énfasis: –¿Ud. mencionó a Dios? Me alegra mucho que lo
haya hecho. Tuve el privilegio de ser invitado a la masonería por Moisés Morean
y, aunque mucha gente piense lo contrario, somos fieles creyentes de Dios y de
Jesús El Cristo.
No
perdemos la oportunidad para preguntar si recuerda a Simón Romero, quien tocaba
el saxofón en la agrupación dirigida por el maestro vallepascuense Rufo Pérez
Salomón y dice: –A Simón lo recuerdo
vagamente, pero a Rufo lo veo aquí: y hace un gesto alargando sus brazos y
formando con sus manos una especie de pantalla donde se refleja la imagen del
personaje en cuestión. Se extiende en elogios para la calidad musical de Don
Rufo y parece deleitarse con la memoria de aquellos tiempos. Por otra parte, se
queja de la disminución de su capacidad visual para la lectura (aunque no usa
lentes) y de que la memoria lo traiciona en algunas oportunidades (no consiguió
recordar el nombre de otro admirado músico de Valle de La Pascua). Le decimos, como
consuelo, que nos ocurre igual teniendo 40 años menos.
Por
esa razón narró esto: –El policía Vergara
(José Isabel), “El Coriano”, era un
viejo analfabeta a quien le habían enseñado a firmar con su nombre los recibos
de pago de su sueldo; en una oportunidad al ir a firmar se quedó mirando al
techo para después preguntar: ¿Cómo es que me llamo yo?
Le
preguntamos por la música que tocaba y refiere: –Los ritmos más populares eran Vals, Pasodoble y Pasillo. Me gustaba
mucho el Tango; una vez en una fiesta alguien, con la intención de apabullar,
solicitó un tango y quedó boquiabierto.
En
cuanto a la música de su preferencia respondió: –Casi toda la de antes, con su variedad de ritmos, tonalidades, compases,
cadencias y matices; porque mucha de la de ahora tiene un retumbar con claras características
de ruido.
Recordó con especial cariño el bambuco larense "Endrina" de Napoleón Lucena, lo que nos hizo relacionar al sonido de la Orquesta Mavare. También hizo referencia a las marchas fúnebres, trayendo a la memoria la música de algún video alusivo a la muerte del general Gómez en 1935.
Se regocijaba cuando le mencionaba los nombres de Ramón Díaz, acotó que: -Tocaba el cuatro y la guitarra grande, Rafael Vidal (arpa), Juan Charaima (arpa y otros), José Ramón Sotillo (aguinaldos), Napoleón Baltodano (y Lalo), El “Negro Vito” (violinista que no se sabía los nombres de las canciones que tocaba, p.ej. “Ausencia”), entre otros, donde se incluía a Santiago “El Taro” (arpa). Citó, además, al maestro de escuela Luís Giuglieta. Un capítulo de grata recordación fue cuando le aludimos al tío Fortunato Lima (violín), de quien se expresó en términos elogiosos, comentando que en una oportunidad lo invitó a tocar en ceremonia de la Logia.
Relató, con mucho sentimiento, dos
episodios que no termina de lamentar: El primero con respecto a un baúl de
madera donde guardaba las partituras de sus composiciones y que en una
oportunidad al abrirlo, con suma dificultad, se percató de que habían sido
destruidas por el comejen; y el segundo relacionado con la abundante fe de
erratas, de las cuales no era responsable, que apareció en su libro de versos
de reciente publicación. –¿Por qué eso?,
se quejó.
Aprovechando
una recomendación que le hicimos a Misael Flores (abrir un foro virtual
poético), le consultamos a El Vate acerca de cómo resolvía exitosamente sus
incursiones en la enigmática ciencia del verso, explicándolo de esta forma: –Hay que contar con un amplio diccionario de
palabras bonitas, debe existir un motivo
de inspiración, y el desarrollo del poema debe seguir una estructura apropiada.
Se alegró muchísimo cuando le hicimos el símil correspondiente al proceso
de un pintor para desarrollar su obra y plasmarla en un lienzo: Hay que
comenzar con una idea, a partir de la cual se construye un boceto que sirve de
base para la pintura final. –Eso lo
escribí en algún lado, comentó riéndose.
Finalmente,
al despedirnos y agradecer la atención nos manifiesta su alegría por compartir
recuerdos en grata tertulia, lo cual le sirve de distracción. Agrega, con
cierta zalamería, que éramos unos de los pocos a quien podía entender sin mucho
esfuerzo; a lo cual le respondemos, saliéndonos de la suerte, que la facilidad
la acomoda él con su inteligencia y su capacidad para leer los labios: –¡Risas!
Le
deseamos un feliz cumplesiglo en unión de su agradable y numerosa familia y de
sus amistades. Además, le dijimos que ya quisiera mucha gente echar el cuento que
él está echando, de llegar a los 97 palos con esa salud y lucidez.
Hacemos
votos porque a este valioso personaje de Tucupido le sean reconocidos sus
logros y se le otorguen los merecidos homenajes; en especial, la difusión de su
biografía y de sus obras, para que le sirvan de guía e inspiración a las nuevas
generaciones de nuestro querido pueblo.
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