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Don José Martínez - Degnis Romero

 

Abastos La Preferida de Don José Martínez

Ilustre importado zaraceño

Don José Martínez

Degnis Romero

    Al llegar a Tucupido, estacionamos frente al negocio de Don José Martínez, una casa que forma parte de la historia del pueblo desde la primera mitad del siglo XX, ya que allí funcionó la primera planta eléctrica que alumbraba los pocos bombillos de la plaza Bolívar y de las casas circunvecinas. Luego, a partir de comienzos de los años sesenta, pasa a ser el Abastos La Preferida, un establecimiento que se convierte, a la postre, en referencia obligada de consumidores y de la gente del pueblo; desde entonces, adorna su iconografía.

    Don José nos saluda con el cariño de siempre y, una vez retribuido el afecto, se le amenaza con una entrevista, a lo que asiente con su amplia sonrisa diciendo: – ¡Cómo no...!

  Comienza diciendo que nació en Zaraza, que estudió Contabilidad con unos curas en Barcelona, y que comenzó a trabajar en Onoto, en el negocio de unos familiares, en 1945.

   Se casó en 1948 con la recordada Doña Candelaria, de quien se decía (no me consta, pero es vox populi) que cuando manejaba se bajaba del camión antes de llegar a las esquinas para asegurarse de que no viniera otro carro.

   Tuvieron 4 hijos: Edgar (alto pana, tristemente emigrado a sus tempranos cincuentas), Ángel, Isabelita y Mary Carmen (la única tucupidense). Llegaron a Tucupido en 1956 (igual que las monjas), estableciendo su negocio inicialmente en la casa que quedaba en la esquina diagonal a la actual; a esta se pasó en los 60s. Dice que en ese local había funcionado el club de bolas criollas de los trabajadores de la petrolera.

    A partir de ese momento comienza el capítulo curioso que significa entrevistar a alguien que atiende una bodega, por las continuas interrupciones: – ¡Demiunfresco, Don José!  – ¿Tiene cierres, Don José? Mientras él despacha y se mueve con una destreza que recuerda la canción de Nat King Cole.

    Lo que más impresiona, es su profundo conocimiento de las actividades agropecuarias y de su evolución desde antes de la aparición del petróleo, hasta nuestros días. Ese cuento lo narró de esta forma: – Cada quien tenía su conuquito en el cual sembraban toda clase de plantas alimenticias y criaban diversidad de animales. Esto lo usaban para su propio consumo y para vender o cambiar (el trueque) por otros bienes necesarios; además, trabajaban en fincas de terceros percibiendo la suma de dos bolívares por día. La compañía petrolera comenzó pagando 6 bolívares diarios, ocasionando una migración de la gente del campo, con el consecuente abandono de los conucos. Para complemento, comenzó a llegar gente con “bongos” repletos de licor y exquisiteces, además de “bateas” con juegos de azar.

– Otro mal ha sido la deforestación indiscriminada. Las fincas deberían tener más del 30% del área con árboles, en particular sembrar por las lagunas especies como Samán, Caro, Tarare, Cují (blanco y negro), Guásimo, Jobo, etc., para que el ganado pueda comer y beber. Una vaca que normalmente da 5 litros de leche diarios, con ese tratamiento llega hasta 8 litros x día.

        – Está matemáticamente comprobado que 8 litros de leche dan para preparar un kilo de queso, dejando el suero salado para la mantequilla y el suero dulce para la cocina.

    Se nos ocurrió preguntarle por qué razón hay tanta diferencia entre Tucupido y Maturín, si tienen el mismo año de fundación; a lo cual respondió con una clase magistral del alto grado de automatización con que funcionan las fincas en aquella zona. Al parecer, Monagas le ha sabido sacar mejor provecho al oro negro. – Aquí llegó un momento en el cual lo que se ganaban los trabajadores de la compañía no alcanzaba para cubrir gastos del licor y otros vicios. Nunca tenían nada porque todo lo que se ganaban se lo tomaban. Antes de eso uno iba al campo y conseguía de todo: huevos, gallina, cochino, etc. Después de eso no se conseguía nada, el que vivía de sus animales y de su cosechita se quedó sin nada.

    Adicionalmente, narró un caso que le ocurrió a un veterinario en Barcelona, quien llegó contando: – Caramba, me acaba de llamar un señor que tiene una finca, diciendo que tiene unas vacas con aftosa y varios becerros con carbunco bacteridiano. Le dije que comprara unos remedios, que al día siguiente le mandaba un vacunador y que tenía que pagar su costo y el de mi consulta. Estoy seguro de que ese ganado no tiene lo que el señor dice, pero no lo pude contrariar ya que se cree colega mío haciendo diagnósticos.

    Entre risas y un ambiente saturado de cordialidad, nos despedimos de este personaje de gran calidad humana, que llegó a Tucupido importado desde Zaraza, y que levantó allí una familia merecedora del respeto y del aprecio de todos.


Germán Milano - Degnis Romero

 

Germán Milano, con descendencia, cortesía de Danely Toro


Vozarrón tucupidense

Germán Milano

            Degnis Romero

    Teníamos un largo rato con las intenciones de conversar con Germán Milano, un tucupidense de voz excepcional quien es leyenda viviente del canto en el pueblo.

    No es para menos. En breve charla telefónica auspiciada por el tío Esnel Rodríguez, nos cuenta de sus andanzas.

    Comienza diciendo que nació en la calle Pérez Rengifo, del barrio El Sol, en Tucupido, el seis de septiembre de 1927. La simple cuenta dice que ya va por los 89 años con lucidez envidiable. 

    A los 14 años era arriero de ganado, lo que marcó su debut cantando tonadas como: ♫Ponte vaca vieja , y otras.

    Recuerda, con cariño, a su amigo Simón Romero, quien llamaba ‘primo’ a todo el mundo, pero a él le decía ‘prrrimo’. Trabajaron juntos en la compañía Venezuela Atlantic, y nos rememora los opíparos ágapes que se disfrutaban en aquellos montes a la hora del almuerzo, cuando tendían un trapo en el suelo y vaciaban encima sus viandas que compartían a modo de revoltijo. Dice: – Todos comían de todos y estábamos bien gordos.

    También refiere: – Tu papá tocaba bien la guitarra, pero yo no. Era chambón, pero me acompañaba en mis canciones y no me equivocaba.

    Cuenta que su voz fue un don de la naturaleza y que fue autodidacta aprendiendo a tocar la guitarra: – Veía a otros tocándolas y se las pedía prestada para aprender.

    En 1950, compró su primera guitarra por 80 bolívares, a crédito, en el negocio de Chicho Barrios. Cuando se le dañaba iba a cambiarla por una nueva. Narra que en una borrachera agarró una rabia y estrelló una de ellas contra un poste de la luz. Luego dice una verdad ancestral: – ¡Borracho no es gente!

    A los 21, en 1948, tuvo su primera cita célebre cantando con Pedro Infante, quien tenía 31, en visita que narra María Luisa León, en el capítulo XIV del libro "PEDRO INFANTE EN LA INTIMIDAD CONMIGO", de esta manera: PEDRO sale a Venezuela, para presentarse en Caracas y sus alrededores. Es muy bien recibido, la gente comienza a quererlo mucho; pero estalla una pequeña revolución y eso perjudica sus planes.

    Se refería al golpe del 24 de noviembre de 1948, contra Rómulo Gallegos, episodio que quedó registrado al final de su actuación en el “Teatro Principal” de Caracas, cuando dijo: – Encantado los seguiríamos enfadando otro rato más, porque si no nos agarra el toque de queda y nos quedamos.

(Oír en: Pedro Infante en Venezuela (en Vivo) - Noviembre de 1949)

    El encuentro fue en el popular bar “La Esperanza”, luego de que la estrella concluyera su apoteósica presentación en el cine América, acompañado del “Trío Janitzio”, integrado por: Roberto Hernández (armonía y primera voz), y los hermanos Daniel (representante del trío, guitarra, armonía y segunda voz) y Jesús Maldonado (requinto y tercera voz).

    Se llenó de audacia y abordó a Infante cuando este se empinaba un trago de caña clara aderezado con sal y limón, y vociferaba: – ¡Este remedio es mejor que el tequila mexicano!

    Le dijo: – Quiero cantar “Juan Charrasqueado” con usted. Y de inmediato estaban haciendo un dúo de película. 

  Cuenta que: – Le dimos serenatas a las Risso, a las Hernández y a las Casado. Al despedirse me dijo: – Usted canta bien, acomódese porque se va conmigo para México. Yo le dije: – No Don Pedro, yo me voy más luego

    El 15-04-57, sucedió lo que narra el diario La Jornada: El avión era grande y despegó de la pista 10. El capitán Víctor Manuel Vidal anunció que estaban listos para despegar, Despegaron, pero la nave perdió sustentación a 20 metros de altura. Se averió uno de los motores. La caída fue rápida. Pedro oró. El aparato cayó sobre una casa situada en las calles 85 y 54. Murió Vidal, Pedro, que iba como copiloto, el mecánico Marciano Bautista y Ruth Rossel, quien estaba cerca del accidente y que fue alcanzada por el combustible. Eso ocurrió a las 7:54.  

    Le agradece a Dios por no aparecer ahí: – De haberme ido no lo estuviera contando.

    La segunda cita con el estrellato ocurrió en 1952, a sus 25 años, cuando cantó con Alfredo Sadel, en el Teatro Ribas, de Tucupido. El público disfrutó a rabiar de ese dúo bandera interpretando la canción: “Tú, Solo Tú”.

    Sadel quedó tan impresionado con el vozarrón de Milano que tapó el micrófono y preguntó: – ¿Estamos igualando voz? Recibiendo por respuesta: – ¡No, señor! ¡De ninguna manera!

    Luego le planteó a Alejandro Rodríguez: – Ese muchacho tiene porvenir en el canto, lo que pasa es que no tiene ayuda. Yo lo invité para Caracas, pero no quiere salir de aquí.

    Esto motivó a Don Alejandro a ofrecerle costear el viaje y sus estudios de canto en la capital, a lo que respondió: – No, muchas gracias, pero ahorita no. Y tampoco se fue.

    Nos aclara con sinceridad: – Cosas del destino, Simón. Yo no nací pa’ eso. Yo nací pa’ cantá y echá broma porái. Sin embargo, estuve una temporada, entre 1955 y 1957, cantando los sábados en los cines Ribas y América. Me ganaba 50 bolos por cantar cuatro canciones. Yo mismo me acompañaba con la guitarra, chamboneá y todo, pero salía bien. El ‘show’ se hacía en el intermedio de la película. Después de dos royos prendían las luces, montaban el micrófono, cantaba las canciones y me pagaban 25 ‘Cuatronas’, como llamaban a las monedas de dos bolívares. Pero mi especialidad era la serenata trasnochadora. Me gustaban las rancheras. Todavía me dicen “El Charro”, pero ya perdí todas las nociones. ¡Ya no toco ni canto ná! Pero en aquella época qué no hacía uno con 50 bolos. Un amigo me los dio por llevarle una serenata a su esposa; compré 13 bolos en carne y me dieron un saco que pesaba como un venado.

    Agrega: – Nunca compuse canciones porque no tenía esa vocación. No nací con ese don. Lo mío siempre ha sido cantar. Cuando canté con Sadel, nos acompañó Rufo Pérez, tocando el órgano. Tiempo después, Rafael Guillén, quien era locutor, me dijo: – Mira Milano, si tú te hubieras ido para Caracas y pasas seis meses metido en un estudio sales internacionalizado como cantante, porque lo tuyo era natural y lo que necesitabas era un maestro que te enseñara la técnica: cómo se agarra y se bota el aire, etc. – Pero no lo hice.

    Preguntamos si conserva alguna fotografía de aquellos tiempos y dice que no. Plantea que Manuel Aquino, está por publicar un libro donde narra su trayectoria, y que le solicitó que se retratara para ponerlo en el medio de Pedro Infante y Alfredo Sadel. Dice: – Yo no he visto la foto, pero alguien me contó que eso quedó ‘cartelúo’. ¿Cómo te parece?

    No podía faltar la referencia a dos insignes serenateros: Luís “Chito” Hernández (quien lo invitó varias veces a cantar en su programa de radio, acompañándolo con la guitarra), y Nardo Velásquez, otro gran exponente de la guitarra y del canto; integrantes ambos del legendario Trio Tucupido.

    Como colofón de la amena charla, saca otra anécdota de su duro trajinar en las calles tucupidenses: – Las muchachas se recostaban en las ventanas y cuando terminaba la canción y me despedía siempre pedían otra y otra. Tenía que cantarles tres, y después me pedían que me largara. Alguna de ellas me hacía esperar un momento antes de irme y se aparecía con una botella de whisky para que siguiera mi farra.

        Eso era una ofensa para ti, le decimos…, y suelta la risa.


LA REVOLUCIÓN INTEGRADORA Y EL ALZAMIENTO DEL CORONEL CAYETANO GABANTE EN TUCUPIDO EN 1833 - DR. FELIPE HERNÁNDEZ G.

FERIAS EN HONOR A SAN RAFAEL ARCANGEL 2011

MUNICIPIO JOSÉ FÉLIX RIBAS-ESTADO GUÁRICO

 

III ENCUENTRO DE HISTORIADORES Y  CRONISTAS DE  TUCUPIDO

Tucupido, 25 y 26 de octubre de 2011

Lugar: Complejo Cultural “Fray Anselmo de Árdales”

 

Ponencia

LA REVOLUCIÓN INTEGRADORA Y EL ALZAMIENTO DEL CORONEL CAYETANO GABANTE EN TUCUPIDO EN 1833

DR. FELIPE HERNÁNDEZ G.

Apenas estaba instalado el gobierno de la naciente República después de la Separación de Venezuela de la Gran Colombia en 1830 y electo como Presidente Constitucional el general José Antonio Páez, cuando apareció en el país, el mal endémico que azotaría a Venezuela durante todo el siglo XIX, caracterizado por el irrespeto a las instituciones y el anárquico individualismo que signa nuestra idiosincrasia. Esta continuada eclosión se manifiesta por medio de montoneras, guerrillas, disturbios populares, alzamientos, motines, revoluciones y golpes de estado.

En ese concierto se inscribe la Revolución Integradora, nombre con el que se conoce en la historia de Venezuela la rebelión y las acciones que se produjeron en el Oriente del país desde donde se extendieron por buena parte de los territorios del Guárico, y que tenía como bandera y objetivo la restitución de la Gran Colombia. En ese orden de ideas, a un año escaso de haber nacido Venezuela como República, el general José Tadeo Monagas alzó la bandera de la rebelión en su hato Los Robles. El 8 de enero de 1831, en Aragua de Barcelona, los cultivadores de tabaco de la región se insurreccionaron y asaltaron la sede de la administración del producto. El día 15 de enero se reunieron en asamblea y la protesta adquirió un carácter subversivo ante su poder de convocatoria. Acordaron desconocer al Gobierno, sus leyes y su Constitución, proclamando la integridad de la República de Colombia. Le propusieron a José Tadeo Monagas la jefatura del movimiento y este aceptó, con lo cual la insurrección se tornó más grave y peligrosa, tomando el nombre de Revolución Integradora.

El 22 de mayo de 1831 se realizó en Barcelona una asamblea popular que resolvió invitar a las provincias de Cumaná, Margarita y Guayana, para que junto con la de Barcelona formaran un nuevo estado independiente que se llamaría Estado de Oriente, reconociendo el fuero militar que había sido abolido por el Congreso y nombrando a Santiago Mariño como gobernador de dicho estado, y a José Tadeo Monagas como segundo. El acta levantada al efecto decía que “la Constitución atacaba a la religión en sus principios, desaforaba el clero y destruía la milicia y su fuero, tan necesario para fundar y organizar los ejércitos”.

Recuérdese que el clero, representado por el Arzobispo de Caracas, Ramón Ignacio Méndez se había opuesto a que la Constitución centro-federal de 1830, fuese juramentada en la Catedral de Caracas, ya que este era un acto político y no religioso, esta oposición le costó la expulsión del país junto con los obispos de Mérida y Guayana, quienes se habían solidarizado con él.

 Mariño aceptó los postulados de esta acta acompañado por Monagas, lo que obligó a Páez a ponerse personalmente en campaña contra este movimiento separatista. Debidamente autorizado por el Congreso para conceder amnistía a los sublevados, Páez envió como comisionados al cuartel general de los insurrectos, a los comandantes Manuel Figuera y Miguel Rola, a entrevistarse con Monagas. Aunque estos en un principio estuvieron dispuestos a conciliar, las reuniones no llegaron a nada concreto.

Movilizando un ejército sobre los alzados, y después de algunas escaramuzas, se avino el general Monagas a someterse y aceptaron deponer las armas en Valle de la Pascua, donde se reunieron con Páez el 23 de junio de 1831, pues no tenían como enfrentar las fuerzas militares del gobierno movilizadas en su contra. El día 24 se proclamó el acuerdo por el cual se licenciaban todas las tropas revolucionarias y se garantizaban las vidas y la posesión de los bienes de los alzados.

El 7 de marzo de 1833 el coronel Cayetano Gabante quien había secundado a Monagas en 1831, se declaró en armas en Tucupido, proclamando la reconstitución de la Gran Colombia. Tomó la población de Chaguaramal en el Unare y rechazó la amnistía que le fue ofrecida por el gobierno de Páez.

Expone la historiadora Mireya Soto (1988), lo siguiente:

Gavante poseía, y así lo demostró, una extraña personalidad, pues pasó de ser separatista y estar dispuesto a marchar si se intentaba restablecer la unión colombiana, en 1830, a ser un integracionista que a principios del año 1834 y ejerciendo la presidencia el general José Antonio Páez, se alza en las cercanías de Tucupido (Unare) y proclama la unidad de Colombia. A ese ideal integracionista parece que se agregaba un cierto resentimiento contra el gobierno por una deuda que se la había reconocido, pero no pagado”.

Perseguido y derrotado, el coronel José María Zamora lo apresó el 3 de abril de 1833 en el sitio de La Iguana, estado Guárico, después de una breve escaramuza, el historiador Domingo Irwin (2008:74), refiriéndose al fracaso del alzamiento de Gabante, dice lo siguiente “No obstante las limitaciones de equipamiento del gobierno, fue mantenida la paz pública. La pequeña insurrección del coronel Cayetano Gabante fue dominada con relativa facilidad…”. Llevado a Caracas de donde logró huir de la cárcel el 6 de junio, es decir, un mes después.

Huyendo hacia su natal Tucupido, se escondió en el centro del país, acompañado de su medio hermano el comandante Andrés Guillen, quien comandó el asaltó a la cárcel de donde lo liberó. José Dionisio Cisneros, el mismo bandolero que Páez había indultado en 1830, comisionado por el gobierno para perseguirlo y enfrentarlo, logró alcanzarlo el 11 de noviembre en el sitio de El Acapro en jurisdicción de Guayas, cerca de La Victoria, Aragua.

Su medio hermano Andrés Guillen murió en el encuentro y Gabante logró huir con tres de sus compañeros, quienes para congraciarse con el gobierno, lo asesinaron después de haber asistido a una fiesta cerca del pueblo de El Sombrero, donde estaban reunidos el comisario y personalidades de la localidad, en la cual se discutió sobre la “gran revolución” que se preparaba contra el gobierno de Páez, cuyo caudillo era Gabante.

El miércoles 14 de mayo de 1834, Gabante fue emboscado en inmediaciones de los pueblos de Ortiz y El Sombrero por sus secuaces. En el alevoso ataque resultó muerto, siendo sepultado por sus atacantes en la Mesa de Paya. Así terminó las correrías como caudillo militar el coronel Cayetano Gabante.

Fue uno de los tantos soldados de extracción popular que en la Venezuela decimonónica, una vez consolidada la República, cambiaron sus lauros militares por usufructos. En su natal Tucupido es recordado, porque es epónimo de una de las calles centrales de la población, su nombre atraviesa la ciudad de sur a norte, pasa por el costado Este de la Plaza Bolívar frente a la iglesia San Gabriel Arcángel, lo que permite inferir el reconocimiento de héroe que le han prodigado sus paisanos.

La historiadora guariqueña y profesora universitaria, Dra. Miriam Meza Báez de Borges (2011), considera que para la historia regional del Guárico, esta investigación constituye un importante aporte, por cuanto “es muy escasa la información sobre este singular hecho histórico, siempre se habla del movimiento de Oriente y de Monagas y no de la participación de gente del Guárico y de la repercusión en los pueblos del  llano guariqueño del citado movimiento”.

REFERENCIAS

BRAVO, Manuel J. (1979): Algunas expresiones ideológicas del período de las oligarquías, 1830-1858. Caracas: Tipografía de Miguel Ángel García e hijo.

ESTÉVEZ GONZÁLEZ, Edgar. (2006): Las guerras de los caudillos. Caracas: Libros El Nacional.

IRWIN G. Domingo. (2008): Caudillos, militares y poder: Una historia del pretorianismo en Venezuela. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello.

SOTO ARBELÁEZ, Manuel. (2011): Ilustres héroes de la Independencia Suramericana nacidos y/o relacionados a Tucupido. Tucupido: III Encuentro de Historiadores, Cronistas e Investigadores en Tucupido. Complejo Cultural Fray Anselmo de Árdales. Octubre 2011.

SOTO DE L. Mireya. (1988): “Cayetano Gavante”. Diccionario de Historia de Venezuela. Tomo 2. Caracas: Fundación Polar. Editorial Ex Libris. p. 263.


José Garibaldi Soto - Degnis Romero

 

José Garibaldi Soto

El don de gente

José Garibaldi Soto

            Degnis Romero

        José Garibaldi Soto, es un personaje humilde y sencillo de gran calidad humana; un virtuoso del trabajo sazonado con abundantes dosis de compromiso, dedicación y entrega; un tucupidense excepcional, nacido el 27 de septiembre de 1933, que ha cultivado, en su fructífera existencia, elevados principios y valores espirituales e intelectuales, destacándose por su apego a la cultura, la poesía, la historia y la crónica de las costumbres y tradiciones de su pueblo; todo un caballero de sonrisa sincera y proverbial don de gente, que goza de alta estima por su nobleza, hidalguía, probidad y jovialidad.

La historia menuda y cotidiana de Tucupido ha quedado plasmada en sus ojos y en su prodigiosa memoria, de la cual se extraen ingentes cantidades de episodios correspondientes, la mayoría, a los años cuarenta del siglo XX, para volcarlos en estas páginas con ciertas limitaciones, ya que es complicado expresar en prosa el sabor y el calor con los que condimenta su narrativa, manifestada ésta con la desenvoltura adquirida en sus largos años de radiodifusor.

Describe hechos, vivencias y anécdotas de la época con la precisión de un reloj suizo, convirtiéndose en una máquina de movimiento perpetuo; una fuente inagotable de referencias narradas una tras la otra como el fumador empedernido que enciende un cigarro con la colilla del que acaba de consumir.

Las pocas lagunas las rellena casi de inmediato con una expresión que lleva su sello personal: – ¡Déjeme que rebobine!, y al instante resuelve de una forma peculiar que suena como “música y poesía de la ingrimitud de una bandola, con un bordoneo de rumor de aguas lejanas”, Héctor Rago, dixit.

Es hijo de Josefa Antonia Soto y Carlos María Guaita, un personaje que asumió el arriesgado oficio de dinamitero, trabajando con los sismógrafos antes de entrar en producción la compañía Venezuela Atlantic, bajo las órdenes de “Mister Kincaid”, un gringo alto de unos 150 kilos a quien la gente se acostumbró a llamar King Kong, porque era “una maraca de hombre”. Trabajaban haciendo picas hacia Palo Sano, Cerro Grande y El Guasdual, cargando con la obligación de vigilar el “parque explosivo”, lo que resultaba un peligro con riesgo de vida. También le tocó cuidar un sismógrafo ubicado en Las Marías, acompañado por una perrita realenga que se había encariñado con él y a la que llamaba “Centinela”. Una noche sintió un penetrante olor a camaza y supuso que era Tío Tigre rondando las cercanías por lo que puso pies en polvorosa encerrándose en el camión. A los pocos minutos llegó el tigre y en lo que canta un gallo dispuso de Centinela, dejándolo sin compañera. Cuenta que Don Carlos, le confiaba sus ahorros semanales o quincenales a una especie de banco que tenía Don Francisco “Pancho” Jaramillo, en su negocio de víveres, quien con cada “depósito” le extendía un “recibo” que era relacionado por Don Carlos en un cuadernito que fungía de “libreta de ahorros”. Ese cuadernito iba y venía al negocio de Don Pancho cada vez que hacía falta algo en la casa, y servía para llevar registro de esos movimientos en un ambiente de alta confianza (al parecer, Don Pancho Jaramillo, funcionaba como J.P. Morgan en Tucupido). Cuando Don Carlos se retira de la compañía, los ahorros le sirven para montar su primera bodega en la esquina de las calles Páez c/c Pariaguán, frente a la casa de Doña Inocencia Cabeza. Ese local luego fue sede de dos alpargateros: Rafael Pérez (hermano de Marignacia –de reciente partida a los 91 años–, esposa de Saturnino Cabeza, dueño de la bodega “Las Quince Letras”), y Rito Solórzano, hermano del popular José Rafael alias “Burrica”. Don Carlos mudó “Guatopito” a la esquina “San Pablo”, de calles Zaraza y Páez. Se veía la placa de “Expendio de Licores” y era famoso porque preparaba un amplio surtido de brebajes y menjurjes a base de caña clara condimentada con fregosa, hierbabuena, cilantro, conchas de naranja, guásimo, ponsigué, píritu, etc.

Por otra parte, recuerda tres bodegas “El Sapo” que tuvo Don Pedro Ramón “Rancho” Risso “El Indio”: en la esquina de la calle Zaraza c/c Guaicaipuro, luego en la esquina “El Saco” calle San Pablo c/c Páez y, la más famosa, en el barrio “El Molino”, por tener el primer radio de la zona. Se escuchaban las ondas hertzianas de Radio Difusora Venezuela, con el programa “Panorama Universal”, que transmitía noticias de la Segunda Guerra Mundial, y la gente, preocupada, hablaba de construir huecos en la tierra para tener dónde meterse en caso de que el conflicto llegara a esos lares (Doña Alída de Romero, decía que la gente se arremolinaba enfrente para escuchar, todas las tardes entre 1949 y 1950, la radionovela “El derecho de nacer”, por Radio Continente, con Albertico Limonta, Mamá Dolores y un elenco estelar).

Cuenta también que es el bordón de seis hermanos, cuatro hembras y dos varones: Josefa Antonia “La Cariba”, Héctor Servideo “El Negro”, Lina Rosa, Zoila Providencia, Sara y él que se autocalifica como “La última cuerda ‘el arpa”.

Desde los tempranos años cuarenta se destacó como mozalbete cargador de agua en burro de las lagunas Rivero y Pilatos, esta última quedaba detrás del aeropuerto buscando hacia Acapralito. Estaba cercada con alambre de púas y tenía un “falso” que fungía de puerta; contaba con tres frondosos samanes en el tapón y con agua cristalina, exclusiva para el consumo humano, todo ello en un ambiente paradisíaco lleno de paraulatas, turpiales y ardillas. La custodiaba con mucho celo y armado con un “mandador” Don Nicolás Flores. Por si esto fuera poco, había unas babas negras muy bravas que ahuyentaban a cualquier intruso que se le ocurriera nadar a sus anchas. Para sacar el agua, Don Nicolás había construido unas trojas dentro de la laguna desde donde se podían llenar los barriles sin tener que meter los pies para ensuciarla. El “compai” Nicolás era un gran mascador de tabaco, vicio que explotaba Garibaldi para conseguir agua sin problemas, ya que siempre llegaba con “media cuarta”. Cuando Don Nicolás lo veía exclamaba: – ¡Ahí viene el compai, si no trae el tabaco no lleva el agua! Adicionalmente, tenía sembradas unas 50 matas de ciruela. Cuando llegaba la época de cosecha, en marzo, venía a Tucupido a venderla con dos sacos montados a ambos lados del sillón, en una burra morada que tenía. “Media cuartilla”, que era una totuma de ciruelas, valía un real y las vendía sacándolas por turno de cada saco para ir emparejando la carga. También era criador de gatos. Una vez Pedro Camero, gran jugador de dominó y de bolas criollas, para “mamarle gallo”, le dijo que había un tipo de Caracas que quería comprarle veinte gatos a tres bolívares cada uno. Cuando Don Nicolás se apareció con varios sacos llenos de gatos, Camero le dijo que la condición era que debían tener los ojos negros (a sabiendas de que no existen gatos así). Don Nicolás y que dijo: – ¡Esta vaina no se le echa a un hombre!, y fue a buscar el “mandador” que había dejado en la burra que estaba amarrada a un cují en una esquina del Grupo Escolar “Narciso López Camacho”. Cuando Camero se dio cuenta se perdió en una carrera. La “gracia” le salió cara ya que cada vez que el contrario iba perdiendo le decía: ¡Ahí viene Nicolás Flores! Entonces tiraba las piedras y se daba a la fuga.

También cuenta su faceta como ayudante, desde los ocho años, de los arrieros de burros que llegaban a una de las tres posadas que en esos años coexistían en Tucupido, la de su “comadre” Amelia Betancourt, en la esquina de las calles Guaicaipuro y San Pablo. Cada vez que escuchaba el campanilleo se iba a la posada a echar una mano, tarea que era retribuida con una camaza de productos. Dichos arreos se componían de nueve burros, donde destacaban el primero “puntero” o “campanero”, que llevaba la campana, y el último o “culatero”. Los arrieros más célebres eran: Jesús “Chucho” Pérez, Francisco “Pancho” Rangel y Chencho Orsini, esposo de Manuela Porras, hermana de la popular “La Negra” Porras (María Ygsolina). El principal intercambio comercial era con Valle de Guanape, pueblo del estado Anzoátegui desde donde traían mercancías como: Casabe, quinchoncho, mapuei, café, cacao, etc., que eran distribuidas en las bodegas del pueblo gracias a los contactos que hacía Don Simón Pulido, el padre de Pepino quien después tuvo una venta de repuestos en la calle Ricaurte, frente a la actual Botiquería. Los burros eran llevados al potrero de José Isabel Vergara “El Coriano”, que quedaba fuera de los linderos del pueblo, hacia el extremo norte de la calle Libertad. El alquiler normal era un medio por cada burro, pero a Don Coriano le pagaban un bolívar con la condición que no hubiera ni una sola burra por esos lados, esto para evitar que aquellos burros bien cuidados, bonitos y “maiciaos”, se trasnocharan tratando de ganarse los favores de cualquier burra cercana, ya fuera peleando entre ellos o malográndose con los alambres de púas. En el recorrido de regreso, los arreos iban cargados con telas de las tiendas: “La Indiecita” de Otto Arruebarrena, que quedaba diagonal con el actual Banco Bicentenario; “La Nueva Era” de Antonio José Guevara, en la esquina de la “Casa de Alto” calle Ricaurte c/c Ribas, donde Manuel Acero, padre de “Pablito”, abrió el “Hotel Tamanaco” pionero en Tucupido; “La Tijera Mágica” de Juan Robles Muñoz, en la calle Sucre c/c Roscio, junto al Tribunal; “La Casa Blanca” de Reinaldo Torrealba (después fue de José Ramón Guacarán), en la misma esquina anterior, diagonal al Tribunal, etc. Los arreos llevaban además productos exóticos tales como: perfumes “Ramillete de Novia”, “Khalifa” y “Tabú”, talco “Sonrisa”, aceites de jazmín y de coco, etc. Esta posada era célebre por sus “Velorios de Cruz de Mayo”, capitaneados por “Chicho” Soto, Ernesto Vidal, “Papita” Martínez, Manuel Vidal y José Rengifo. Pastor Camejo, era el rezandero y quien montaba el Calvario donde era llevado el Sepulcro en Semana Santa. Dice: – En mi casa tengo el bongo “caratero” que era de mi comadre Amelia, con capacidad de una carga de barril.

Otra posada era la de Devota Barrios, en la esquina de la plaza donde después estuvo el Teatro Ribas, con entrada por la calle Gabante y donde se amarraban caballos y mulas de agentes viajeros que venían de Caracas y que trabajaban con corporaciones como Boulton, Beco Blohm, Eduardo Zing, Tamayo, Laboratorios Behrens y Bayer, etc. Antoniote, era el muchacho encargado de llevar las monturas al potrero de Don Pedro Barrios, esposo de Doña Devota, que quedaba hacia la salida de Mamonal. Refiere una anécdota de José Francisco Torrealba (sabio santamarieño graduado en la UCV de doctor en ciencias médicas mención Summa Cum Laude, en 1923, y pionero en la lucha contra el “Mal de Chagas” desde 1934): En una oportunidad el doctor estaba sentado en el zaguán de la entrada a la posada cuando llegó un agente de Boulton, de esos que “se daban una bomba” ataviados con camisa y pantalón de kaki, botas altas y sombrero de corcho, y, sin conocerlo, le ofreció dos bolívares para que le llevara el caballo al potrero. El médico acepta y se pone de acuerdo con Antoniote para llevar el caballo. Después de un rato, el tipo se impacienta y le explica la situación a Doña Devota quien se pone las manos en la cabeza y le dice que ese “muchacho” es nada más y nada menos que la eminencia de médico. Al poco rato el tipo lo vio llegar y, todo apenado, salió a decirle: – Yo no sabía quién era usted. ¡Discúlpeme doctor! Sin inmutarse, el médico replicó: – ¡Ningún “doctor”! ¡Págueme mis dos bolos!

        Del extenso anecdotario acerca de esa famosa posada saca a relucir esta: Había un solar grande con un “escusao” de tierra al aire libre. Cuando alguien tenía una “necesidad” le decía a Doña Devota y esta le suministraba el combo de rutina que consistía en dos o tres tusas para limpiarse y un garrote para espantar a los cochinos.

La tercera posada era la de Dolores Prado, en la esquina “El Recreo”, calle Ayacucho c/c “El Jalón” (después Sucre), cerca de la esquina “La Quinta”, calle Trincheras c/c Sucre.

Narra sus andanzas como guatanero del pescador Pablo “Pablito” Acero, encargado de meter las guabinas, los buscos, los bagres y los corronchos en el guatán, porque los sabrosos y escasos “tigritos” los apartaba para su consumo personal. La pesca la realizaban días antes de la “Semana del Concilio” (semana antes de Semana Santa, que se denomina en el llano como la “de buscar comida”), en los abundantes pozos que se formaban en el río Tamanaco, que para esa época del año se cortaba por no contar con caudal alguno.

Iban armados de atarrayas y maras, en conjunto con las varas de membrillo que eran cortadas en el sitio y que servían para “apalear” el pozo de forma tal que salieran los peces de las cuevas o solapas que se formaban en los cauces del río. Los más visitados eran: “Pozo Amarillo”, “Pozo Redondo”, “Las Piedrotas”, “El Candil”, “El Cantón”, “El Caimán”, “El Caribe”, “Pozo Negro”, “Pitahayal”, “La Mariquita” y “Los Palotes”. A la hora de comer era un compartir con todos los integrantes de la pesca, capitaneada por Pablito, donde no faltaba ocumo, ñame, topocho, yuca, cilantro, y otros condimentos. Para las 2 o 3 perolas de sancocho se usaban latas de aceite de 18 litros, que eran preparadas en las barrancas del río por los cocineros Manuel “Papita” Martínez y Ernesto Vidal. Otro detalle que entusiasmaba la pesca era el accionar de expertos amarradores de babas, que se “margullían” a buscarlas en las solapas del río. Estos eran unos “encantadores de babas”, ya que para cazarlas comenzaban rascándoles la barriga, luego las iban sobando hasta que les ponían el lazo de guaral para amarrarles el peligroso hocico. Después venía el espectáculo del pataleo de las babas mientras las sacaban del pozo, para luego caerles a palo con astillas de leña. Dicha actividad era realizada por individuos con coraje, maña y riñones, entre los que aparecían: Eladio Villegas, Torito Moreno, Nery Celestino Parra (Gobernador del Guárico, 1986–1987) y Marcel Rey “El Gordo”, mecánico hijo de Charlotte (reseñado más adelante).

A la pesca iba gente de El Guasdual, La Fortuna, El Dos y del pueblo, prefiriéndose los pozos del área de La Palmita.

        Nunca presenció un accidente en que a algún “babero” lo mordiera una baba, excepción hecha de alias “Franciscote” quien llegó de curioso (a entrepitear, sin bajarse del burro), por lo que Pablito le comenzó a dar casquillo: – ¡Te bajas o te vas!, le decía. Llegó hasta a decirle que no se bajaba porque andaba “enmonao”, acepción vulgar que no se detalla aquí, aclarando que no es “la utilizada para definir el estado de una persona después de haber usado drogas”. Lo cierto es que el tipo se bajó del burro, metió los pies en el pozo e ipso facto lo mordió una baba. Se censuran las letanías del fulano.

En cuanto a Charlotte Rey, recuerda que fue un francés que, según decía, había acompañado a su compatriota Henri Charriere “Papillon”, en la fuga de “La Isla del Diablo” la más pequeña de las “Islas de la Salvación”, que fungía como penal francés en Cayena, Guayana Francesa, y adonde habían sido confinados desde París, en 1933 (la trama completa se puede encontrar en el libro “Papillon”, editado en 1969). Después de esa odisea llega a Tucupido al sector “Los Caros”, por los lados de “La Romana”, donde se desempeña como un herrero del oeste gringo, con yunque, martillo y fragua, construyendo puertas, ventanas, hierros para herrar ganado, alcayatas, etc. Después se muda al pueblo y monta un taller mecánico en la esquina de las calles Gabante y Páez. Una de sus costumbres que llamaba la atención era llegarse, temprano en la mañana, al negocio del papá de Garibaldi para tomarse dos “medios cuartos” de aguardiente con fregosa, especial para matar las lombrices; luego desayunaba en su casa y acto seguido iba al bar “La Cita” donde se bebía dos medias jarras de cerveza “Caracas”, mientras se fumaba un cigarrito con la parsimonia propia de quien disfruta el ambiente de un café parisino. Una vez libado el último sorbo, ponía rumbo hacia el taller a dar inicio a la jornada. No pasaba desapercibido por su aspecto caucásico y rostro hirsuto; un catire de ojos verdes a quien le gustaba usar alpargatas, pero se las ponía como cholas.

Estando en eso sale a relucir el tema de la escuela para niñas “Dr. Pedro María Arévalo Cedeño” (ubicada diagonal al taller de Charlotte). Su primera directora fue Graciosa Armas Arveláez, primera Normalista de Tucupido, sucediéndole René Medina, de Altagracia de Orituco y Dilia Gómez, de Zaraza. El epónimo de la escuela era ese ilustre médico vallepascuense (1870-1936), miembro de la Academia Nacional de Medicina, quien desarrolló el medicamento “Vencedor del Paludismo”, para combatir la malaria.

        De las múltiples facetas de Garibaldi, una de las que le ha dado mayor realce, desde sus años de mozuelo, ha sido como declamador de mil tarimas. Desde muy temprana edad incursionó en los Actos Culturales del Grupo Escolar “Narciso López Camacho”, recitando poemas de su ídolo el zaraceño Ernesto Luís Rodríguez, tales como: Rosalinda, Guariqueñita, Aquella Noche y Echando Cocos. Más tarde fue tomando por asalto otros espacios tales como: la plaza Bolívar, la plaza Ribas, el Grupo Escolar “Félix Antonio Saá”, la escuela “Luis Guglietta Ramos”, la Casa de la Cultura “Rafael Rengifo”, la “Casa del Ganadero”, la Logia “Aurora de la Paz”, y diversidad de fincas como “Mochuelo” de Pedro Gómez o “San Rafael” del doctor Elías Solórzano, acompañado siempre de arpa, cuatro y maracas, y acicateado por el privilegio de haber oído recitar varias veces a Rodríguez (p. ej. en el solar de Doña Devota, en el patio de la “Casa Blanca” de Don Reinaldo Torrealba, etc.), quien solía visitar a su amigo tucupidense (el afamado poeta, arpista y cantante) Rafael Vidal, en la casa ubicada frente al Samán de San Pablo, por donde pasaban personajes de alto coturnio, como: Ubencelao Gutiérrez, Carlos Manuel Santos (ganaderos de Zaraza), y el temible Nicolás Felizola, en su Cadillac negro de media cuadra. Don Rafael Vidal, los recibía con una copla a flor de labios, como esta: Ay, mi vida/Ay, mi amor/No puede vivir en el mundo/quien sufra del corazón. Por ahí se tendía, y todos le retribuían con fajitas de billetes que deslizaban al bolsillo de su camisa. Siempre se lucía, sobre todo en las trascendentales visitas que le hizo al pueblo el Presidente de Venezuela (1941-1945), general lsaías Medina Angarita. Lo mandaban a llamar y él acudía presto a brindar su talento al ilustre visitante. Garibaldi, por su parte, roció con su arte a muchos otros pueblos tales como: Valle de la Pascua, El Sombrero, Altagracia, Ortiz, Camaguán, Maracay, Maracaibo, Cantaura, Tucupita, Valle de Guanape (población con la que comparte su amor al 50% con Tucupido), etc.

Desde muchacho sintió también una profunda devoción y una gran vocación por la poesía. Se declara apasionado por la poesía naturista, como la que aprendió Teresa de la Parra: “una pintura poética de las cosas sencillas”, porque le permite dibujar el paisaje de su tierra, las estampas del llano con sus caños y lagunas, pajonales y matorrales, etc.

Cuenta con una considerable colección de versos, donde destaca su predilección por las décimas, estrofas compuestas por diez versos octosílabos con rima consonante. Es la misma “Espinela” de Vicente Espinel (1550-1624); los versos riman el primero con el cuarto y el quinto, el segundo con el tercero, el sexto con el séptimo y el décimo, y el octavo con el noveno.

Cada evento o festividad ha sido motivo de inspiración para componer un poema; no obstante, se declara contrario a versos por encargo. En alguna oportunidad le han solicitado poemas para novias lo cual rechaza porque piensa que eso es algo muy íntimo: – ¿Cómo me va a inspirar la novia de otro? Luego acuña: “La poesía camina conjuntamente con la historia de los pueblos”. Su amigo y hermano Luís “Chito” Hernández, lo acosaba con un contrapunteo permanente de preguntas en verso que exprimían la musa de Garibaldi. El poeta Chito, era además un excelente guitarrista que fundó el “Trio Tucupido” con Pedro Arévalo “Papaya” y Nardo Velásquez en el requinto.

        Ellos dos marcaron la pauta a través de una carta que redactaron, sentados en el tapón de la represa “Jabillal”, para que la fundación “Amigos del Narciso López Camacho” diera inicio a los “Encuentros de Poetas y Poetisas” en Tucupido.

        Desde corta edad sintió una gran afición por el coleo. Cuenta que asistía a “coleaderas de toros” o “toros coleados”  en las fiestas de San Rafael Arcángel, 24 de octubre, y las de Santo Tomás Apóstol (patrono de Tucupido), 21 de diciembre, en la calle “El Jalón”, adornada con bambalinas y trancadas las bocacalles con tambores y varas de guasdua amarradas con mecate. Allí se extasiaba inmerso en un sopor idílico, soñando ser el protagonista de una epopeya mitológica en la que jineteaba uno de los caballos y tumbaba los toros.

Lo embriagaba el esplendor y el colorido de esas fiestas: el pueblo volcado de bote en bote, muchachas bien pintadas portando largas clinejas, faldas de zaraza y las cintas para los coleadores que hicieran coleadas efectivas. Ya de adolescente, se la pasaba pidiendo caballos prestados para escabullirse hacia la manga. No tuvo un caballo propio sino hasta llegar a adulto. Narra que Adolfo Ríos, quien trabajaba en el fundo de Isidoro Hernández, en Caño Negro, vía Las Palmas, le vendió un hermoso caballo al que le puso “Lazo Amarillo”, diciéndole que tenía la mala maña de corcovear si se dejaba pasar varios días sin montarlo. No le hizo mucho caso a la advertencia, ya que pasó un buen tiempo cuidándolo y consintiéndolo, como niña bonita, hasta que se dio cuenta del descuido e invitó un día a “El Negro” Sáez, quien era presidente del club de coleo, con la intención de que le amansara el caballo. No le funcionó esa estrategia porque Sáez insistió que fuera el dueño quien lo montara, dando como resultado dos caídas en los primeros dos intentos, con la suerte que estas fueron en un terraplén que había frente a su casa. En vista de los percances, Sáez le recomendó que, al montarse, le cruzara el pescuezo al caballo de lado a lado con la rienda, cosa que hizo hasta conseguir  estabilizarlo. Acto seguido se fue a recorrer el pueblo, con la buena suerte que se topó con Inocente Ledezma, llanero de a caballo, a quien se lo prestó y, al rato, se lo devolvió serenito. Sin embargo, con Lazo Amarillo nunca pudo colear un toro.

Un “Día de las Madres” llegó a la manga y se topó con sus amigos los hermanos Freddy y Adolfo Risso, quienes le prestaron a “Neblina”, extraordinario caballo cano rosado que había sido entrenado para lucirse con maestría en mangas de coleo. Cuenta que: – ¡Ese caballo parecía un Mercedes Benz!

Manuel Arveláez, el papá de Carlos, le decía: – Garibaldi, te pusiste en un caballo bueno. Si no tumbas un toro con ese caballo no vas a tumbar uno nunca en tu vida.

Resume su trayectoria de coleador hasta ese momento con estas palabras: – Yo más de una vez le jalé el rabo a un toro. Me “empatucaba” la mano ‘e bosta, pero no lo tumbaba.

Lo cierto es que cuando dijeron: ¡Cacho en la manga!, se “ajiló” con “Neblina”. Narra: – Ese caballo iba “montao” arriba ‘el toro como burlándose de mí diciendo:¡Agárralo! ¡Es tuyo! Ni corto ni perezoso, le templó el rabo al toro y lo llevó hasta la tribuna donde le dio la voltereta. Dice: – De la emoción tan grande me zumbé del caballo, salí corriendo y me subí a la tribuna con las manos al cielo, agradeciéndole a Dios que ¡por fin! había tumbado un toro después de tanto tiempo.

        De esa hazaña fueron testigos los insignes coleadores de Valle de la Pascua: Luís Campagna Méndez, Luís Campagna Oropeza, los hermanos Oropeza Fraile: Antonio, Efrén, Rafael, José y Manuel “Palo de hombre”, etc. Los mejores del pueblo se listan en el “Catálogo del Patrimonio Cultural”, así: “Simón Ledezma, José Arrebarruena, Ramón Iroba, Tomás León, Celestino Seijas, Juan Antonio Hernández, Garibaldi Soto, Gilberto Silveira, Gabriel Paciffici y Alejandro Brito, Campeón Nacional de coleo”, algunos de los cuales estaban allí ese día.

Al final de la tarde, la gente le metió casquillo para que fuera a celebrar el acontecimiento en “La Casa del Ganadero”, algo equivalente al “Hoyo en uno” del golf que se celebra en el “Hoyo 19”. En total fueron 50 cajas de potes de cerveza Zulia que distribuía “El Negro” Cabeza, hijo de Doña Inocencia.

Al llegar, amaneciendo, le tocó dormir en el zaguán de su casa, pero la euforia hizo que pagara gustoso las cervezas y el regaño. Con ese único toro que tumbó en su vida, bastó y sobró para quedar inmortalizado en dos coplas que le sirven de corona de laurel y halo mítico, premios a gesta apoteósica: “El Coleo En Tucupido”, de Luís Rafael Pérez Guevara, en voz de Orlando Ramos y “Coleadores De Tucupido”, de Carlos Milano Peña, interpretada por José “Catire” Carpio:

El recuerdo es la medida

Ramón Iroba, del atardecer remoto

Cuando Garibaldi Soto

Tumbó aquel toro, única vez en su vida

También aprovechó el grato episodio para fotografiarlo en unas décimas de su autoría: “Neblina y mi primer toro”. Atrás habían quedado momentos amargos y “arrastrones” en la manga como la gran caída del caballo “Llamarón”, cuando lo sacaron inconsciente por debajo de los tubos y lo echaron como un cochino en una pick-up para llevarlo de emergencia al hospital “Ernesto Díaz Vargas”. Lo cuenta de milagro.

Paralelamente, habla de su afición por la tauromaquia, el arte de lidiar toros. Desde muchacho se metía con trapos coloraos en “Jobalito”, fundo de Alejandro Rodríguez Guzmán (Gobernador del Guárico, 1972), formando parte de una tropa de rapaces compañeros de faena tales como: Rafael Arveláez, hijo de Eliano Arveláez, Homero Infante (novillero graduado en la Escuela Taurina “Rafael Cavalieri”), y Raúl Ainaga, otro novillero profesional y pioneros de la lidia en Tucupido. Más tarde, coparían la escena León Espinoza, hijo de “Meneque”, graduado en España, y el célebre Celestino Correa.

        La pasión taurina ha hecho bullir su vena poética. Ha escrito pasodobles en homenaje a Paquirri, Manolete, Curro Girón, Marco Antonio Girón, Maestranza Cesar Girón, fiesta “La Candelaria” de Valle de la Pascua, y Cesar Girón, el cual le puso a vibrar su fibra musical, componiéndole la música:


Yo quiero que en Venezuela

Se evoque ese gran torero

Y se diga con gran orgullo

Viva que viva Cesar Primero

Tienes un pase gigante

Llamado La Girondina

Te encuentran lleno de arte

Valor con gloria y gracia genuina

Cuando sales a la plaza

Siempre quieres triunfar

Y al bravo de Guayabita

Oreja y rabo has de cortar

Torero de Venezuela

Famoso en el mundo entero

Por eso siempre serás

Siempre serás: César Primero

¡Olé!

Por si fuera poco, narra el episodio de cuando trataron de levantar la plaza de toros “Arenas de San Pablo”, en el solar de su comadre Amelia. Consiguieron unos tablones del primer piso de la Casa de Alto, de Chicho Barrios, y se dieron a la tarea; pero un día Severita Puro, hija de Celestino Puro, le avisó que lo buscaba la policía. Era la época de Marcos Pérez Jiménez. Resulta que el prefecto Rincones se enteró del asunto y comisionó al comandante Rodríguez (un gordito muy parecido al dictador) para que les enviara un oficio citatorio con Ramón Campos y Polibio, dos policías analfabetas, para que se presentaran de inmediato en la prefectura. Al llegar les dijeron que estaban construyendo una plaza de toros sin el debido permiso de la autoridad competente y que tenían 24 horas para desmantelarla, dicho en estos términos: – Si no la tumban, vendrán a celebrar en los calabozos de la prefectura.

         Otra actividad que le ha significado una extraordinaria popularidad ha sido la de comunicador social. Pertenece al staff de la emisora AMIGA 104.1 FM desde su fundación en el año 2002, conduciendo dos programas de corte costumbrista: primero “Así se hablaba en el llano” y luego “Por los caminos de Ribas”, transmitido los domingos de 8 a 9 de la mañana. Ha realizado cientos de programas cuyo contenido constituye un valioso legado entreverado con el acervo histórico-cultural de Tucupido, que refleja la identidad del pueblo manifestada en sus costumbres, hábitos y tradiciones.

La recopilación de dicho material es una tarea que debe  emprenderse a fin de que las actuales y futuras generaciones cuenten con un instrumento referencial que les sirva de guía donde consultar el testimonio fundamental de una época.

El eslogan del espacio está a tono con su pasta poética:

Por los caminos de Ribas/Galopa la poesía

Llevando paz y alegría/Para que tú la recibas

La cosa pica y se extiende. Este polifacético personaje es además Cronista Oficial del municipio José Félix Ribas, desde el año 2000, y miembro activo de la Asociación de Cronistas Oficiales de Venezuela (ANCOV), organización con la cual ha participado en múltiples encuentros en localidades como: El Sombrero, Ortíz, Altagracia de Orituco, Camaguán, Cumaná, etc., a las cuales ha llevado sus ponencias y disertaciones.

Su faceta de coleccionista está reseñada en el capítulo tucupidense del Catálogo del Patrimonio Cultural Venezolano, donde se lee textualmente: “José Garibaldi Soto, guarda una colección de diversos objetos, entre los que destacan una máquina de coser del año 1922; un tinajero de 1925; un bongo del año 1884; una tinaja de 1895; una piedra de moler de 1883; estribos de pala de 1932; herraduras del año 1934; un sebucán de 1947; un garrote de 1943; un sombrero del año 1956; una pintura que representa una posada, del año 1890; una fotografía del año 1951. Estudiantes y visitantes de otras localidades acuden a la residencia de José Garibaldi, para ver su colección, conocer la historia y para realizar investigaciones acerca del municipio José Félix Ribas”.

Su mente está inundada por un caudal inagotable de recuerdos de aquella época que en Tucupido se disfrutaba de un ambiente de orden, respeto, cariño, hermandad y paz.

Narra un caso de Nicolás Felizola, quien tenía muchos amigos en Tucupido, tales como: Félix González Palomo, el telegrafista, y los grandes comerciantes Don Próspero Pérez, Alejandro Rodríguez Guzmán, Guillermo Hernández, Isidoro Hernández (de reciente partida a los 98 años), etc. Al parecer, el licor lo transformaba de una persona decente a un hombre belicoso, vulgar y ofensivo, con agravantes dignos de recelo: siempre “andaba armao”, “no pelaba” con el revólver, y se sentía “guapo y apoyao” porque su hermana, Irma Felizola Fernández, era la esposa del general Medina y Primera Dama de la República. En una ocasión estaba borracho y formando un escándalo en el bar “La Esperanza”, de Ramón Pinacel, en la esquina del mamón de la plaza Bolívar. Gritaba que en ese pueblo no había hombres porque todos “usaban pantaletas”. Al sitio llegó Diosgracio Rengifo, Primer Comandante de la policía, hombre de guáramo que había acompañado, en 1921, al general vallepascuense Emilio Arévalo Cedeño, cuando derrotó e hizo fusilar a Tomás Funes, gobernador ‘Gomero’ de Amazonas, en San Carlos de Rio Negro. Le puso el cañón del 38 entre las costillas y le dijo: – ¡Cállese la boca y camine que está detenido! Le quitó el revólver y lo zampó en un calabozo. Cuando llegó José Vicente Toro, el Jefe Civil, a interceder por Felizola, le dijo: – ¡Yo puse preso a ese señor por grosero y por falta ‘e respeto, y si usted se me alza lo pongo preso a usted también! – ¡Yo estoy “restiao”! – ¡Tiéndale la colcha al arpa!

Confirma otras dos anécdotas que había contado Esnel Rodríguez, acerca de ese personaje: una que mientras estaba en el bar “La Cita” regentado por Isidoro Hernández, frente al Teatro Ribas, llegó un “pleitero” apodado “El Caimán” con un escándalo y pidió una cerveza que valía un real. Isidoro se la despacha y le dice: – ¡Quédate tranquilo que ahí está Felizola! El tipo pagó y, sin probarla ni pestañear, salió cantando: ♫Se va el caimán/se va el caimán♫ La otra cuenta que una noche vio a un limpiabotas buscando una moneda que se le había caído y prendió un billete de a cien para ayudarlo a buscarla.

Narra que en el bar “La Cita” trabajaron Jesús Arveláez (hijo de Eliano), Manuel “Mochito” Toro, y Porfirio Arráez.

Una anécdota farandulera que causó gran revuelo en el pueblo comienza con quien fuera su padrino Julián Ramón Campos “Campito”, un personaje que llamaba la atención por su delgadez y baja estatura, venido de Margarita como fiscal de licores del Ministerio de Hacienda y quien luego instaló el cine “Nueva Esparta” en la casa de Vicente Morales (venido de Guaribe), quien a la postre se quedaría con el negocio al que bautizó como cine “América”, con Pompeya Hernández, en la taquilla y “La Cariba” Soto, como portera. El cine fue sede de un evento apoteósico, en 1948, presentando a Pedro Infante, en dos funciones. En la primera no cabía un alfiler, y la plaza estaba a reventar con la gente que había comprado entradas para la segunda. Cuenta que él se había coleado gracias a su hermana portera y que cuando terminó la primera función se formó un gran zaperoco porque la gente no se quiso salir, por lo que el dueño tuvo que llamar a la Guardia Nacional. Al rato llegó un pelotón comandado por el terrible cabo Aldana (una prostituta le había cortado la cara con una navaja, razón por la cual se ganó el remoquete de “Juan Charrasqueado”).

Narra que cuando se armó el pleito se metió agachadito debajo de una ventana donde nadie lo veía: – ¡Cómo tronaban las peinillas! – ¡A la gente la sacaron a plan de machete! Había un teniente retirado llamado Rodríguez Caballero, quien era de Barquisimeto y tenía un bar frente a Saturnino Cabeza, en “El Molino”, que llegó preguntándole qué pasaba a un guardia ubicado cerca del mamón de la plaza. Como respuesta recibió un culatazo de fusil en el pecho que lo hizo rodar por el suelo.

El cine “América” era un espacio abierto con techo de zinc que protegía los asientos, y una pared al aire libre como pantalla; quedaba al lado de la prefectura, razón por la cual se solía observar algunos presos disfrutando de las películas.

La gala mexicana estuvo de órdago con un artista de esa categoría en el cenit de su carrera como cantante y actor de cine que, como complemento, se hizo acompañar por Germán Milano, cantante tucupidense que se lució esa noche.

El carisma de Infante se desbordó en Tucupido porque luego del acto se fue al negocio de Victorio Panzarelli, en la esquina de las calles Ribas y Sucre, donde tenía un bar y el cine “Guárico” (había que llevar la silla para ver la película), buscando algo para tomar que le picara la garganta, ya que en el pueblo no había tequila por ningún lado. Victorio le dio a probar una botella de aguardiente “El Carmen”, de 40º, que pasó la prueba a que fue sometida por el galillo del artista. Al hombre le cayó tan bien el pueblo que, acto seguido, armó un tremendo jolgorio llevando serenatas a sus ventanas. Habría que imaginar la reacción de una dama serenateada por una estrella de esa magnitud, en el Tucupido de 1948.

Otro suceso que recuerda con cariño involucra al Teatro Ribas (inaugurado en 1950, en cuyo año se presentaron dos actrices de gran renombre para esa época: la norteamericana Yolanda Montez “Tongolele” y Susana Guízar –mexicana que filmó ese mismo año, en Venezuela, la película “Amanecer a la vida”, con Bolívar Films–). Dice que en 1954 tuvo la alegría de conocer a Alfredo Sánchez Luna “Sadel”, quien había sido contratado para presentarse en ese teatro. Resulta que se dio cuenta cuando llegó, con retraso y algo desvencijado; le salió al paso para darle un gran apretón de mano y agradecerle su presencia en Tucupido. Sadel le contó que venía de Valle de la Pascua, donde le habían lanzado tomatazos en el cine “Manapire”, pero que estaba sorprendido con la recepción que allí le daban, gesto que retribuyó con lo mejor del repertorio. Germán Milano, también acompañó con su voz a Sadel en esa noche triunfante cuando fue aplaudido con frenesí.

En sus años mozos conoció a otros legendarios músicos tucupidenses que iban a tocar bailes en la sala de su casa, como: Moisés Moreán, el mejor clarinete del pueblo, Clemente Ramón Aguilera alias “Mato Gordo”, guitarrista, Ramón Díaz (inmortalizado con el pasodoble “Muchachita de mi pueblo” y el vals “Tardes de Tucupido”) y Benito Ortega, cuatristas, y el violín de “El Vate” Aular. Era un espectáculo de feria cuando tocaban canciones de moda como “Silverio Pérez” (compuesta por Agustín Lara, en 1943), que hacía cimbrar a “Meneque” (citado más abajo), gran bailador de pasodobles, en conjunto con otros bailadores como: Andrés y Arturo Rodríguez, Rafael Benito Andrade, Jesús y Nicanor Rodríguez Estrada, etc.

Otros músicos de altura eran los guitarristas Fernando Méndez “Diablo Suelto”, Raúl y Miguel Carpio, Oscar Paraco, Alejandro Lasaballet, Simón Romero y los integrantes del Trio Tamanaco: Celestino Pulido Reinefeld, Rubito Méndez y Pedro “Peruchito” Vidal; los arpistas Isaías Sevilla, Santiago Medina “El Taro” y Apolinar Figueroa “Polilla”; y los violinistas Juan Charaima y Fortunato Lima (de Cerro Grande), y “Negro Vito” (Víctor Solórzano), de los “Clavo ’e Jierro”, que tenían una chivera llegando a La Palmita. Nota de redacción: No era una venta de repuestos usados sino una cría de chivos.

También recuerda las serenatas que él mismo llevaba a los amigos en la camioneta Jeep verde que tenía. Se hacía acompañar por “El Taro” al arpa, quien tocaba sin bajarse, y cargaba dos sacos de bizcochos de manteca, hechos por Doña Rosa de Ledezma, y más tarde por su hija Alejandría, para repartirle a la muchachada, que formaba un gran alboroto.

Luego ataja lo de José Espinoza Bolívar alias “Meneque”, quien era muy popular por ser dueño de la bodega “La flor del Tamanaco”, ubicada en la esquina “Del Guárico”, cruce de las calles Bolívar y Centeno, que marcó la pauta con la primera nevera del pueblo popularizando las ventas de una locha de hielo para enfriar las bebidas o para bajarle la fiebre a los tripones; también vendía “posicles” (tremendo vaso por una locha), nísperos de una mata que tenía en el patio de la casa y que pesaban como un cuarto de kilo, también a locha, dos cucharadas de mantequilla “Alfa” por un medio, dando una de “ñapa”, etc. Por esa misma esquina pasaron después José Cartuccio “Bigote” y Napoleón Hinojosa.

Rememora a precursores en la elaboración de pócimas medicinales en Tucupido: El “Expendio de Medicinas Fénix”, de Manuel Díaz Vargas, en la esquina de la calle Ricaurte c/c Bolívar; hacia 1923, la botica “San Antonio”, en la esquina “El Matadero”, de calles Ribas y Sucre, del socorreño Narciso Pérez Cordero, padre de Narciso Pérez Castillo, y abuelo de Agustín Pérez Martínez, el popular “Tutico”, telegrafista; hacia 1930, la botica de Ramón Muñoz, en calle Sucre c/c Salom, con su cartelito: “No receto ni visito enfermos”; hacia 1932, la botica “Corazón de Jesús”, en calle Ricaurte c/c Roscio, de Carlos y Arturo Rodríguez Estrada, venidos de Zaraza junto con otros tres hermanos: Nicanor, quien manejó el primer carro Ford en 1916, Luís (violinista) y Jesús, gran maraquero, esposo de Vivina Ledezma (hija de “Doña Pancha” Francisca Ledezma) y padres de “Chucho” Rodríguez.

Don Carlos preparaba, a punta de pilón y mortero, una fórmula efectiva para parar la diarrea (cucharadas blancas), envasada en carteritas, bautizada “La llave y el candado”; se hizo muy popular y le ganó mucha confianza con la gente del pueblo, agregando el aprecio por su labor filantrópica, ya que en incontables oportunidades decía: ¡No estamos hablando de precio sino de curar al tripón! Allí se conseguían también otras especialidades: Aceite de Tártago, como purgante, Ruda, Bay Rum, Mentol Davis, Cataplasmas, Parches Porosos, Quinina para el paludismo (o malaria), Tintura de árnica, Tricófero de Barry, Iodex, Entero Vioformo, Alcolado Glacial, Sal de Uvas Picot, y otras para combatir fiebre amarilla, beriberi, viruela, sarampión, sabañones, moquillo perruno, etc.

Son incontables las anécdotas acerca de peripecias en las que han aparecido los pintorescos personajes del pueblo:

Dice que en 1945 hubo un día de júbilo porque estaba anunciado el aterrizaje de la primera avioneta de la compañía petrolera Venezuela Atlantic, en la entrada a Copa Macoya, por Acapralito, en una pista improvisada en el potrero de Cayetano Solórzano. El pueblo se volcó en pleno para ver el espectáculo de ese pájaro de acero color amarillo Caterpillar, pero la sorpresa mayor fue que, al despegar, la avioneta voló muy cerca del techo de paja y zinc de la casa de Felipe León Arrioja, alias “Felipito”, y lo arrancó de tajo; pero lo peor fue que le espantó los guineos, pavos, cochinos, gallinas, vacas y becerros. Doña Amada, la esposa, salió con las manos en la cabeza y gritando despavorida. Al final, Felipito aprovechó el percance para obtener una jugosa indemnización con la que construyó techo nuevo y renovó el heterogéneo rebaño.

Confirma otro relato de Esnel Rodríguez, que alude a ese personaje que era mañoso para pagar las deudas. Cuenta que Fidel Belisario Melo “El Broco ’e Dominga”, tenía un camión volteo con el que hacía viajes. Una vez Felipito le pidió hacerle la mudanza para Acapralito. Al llegar le dijo al broco: – Agarre unos guineos y se cobra. Éste a los días fue con una bácula.

Por referencia de Alida de Romero, habla de la nieta de Felipe Arévalo, apodada “La Ñata”, vecina de la calle Zaraza c/c Guaicaipuro: cierta vez fue a ver un circo donde actuaba un enano. Resultó que esos dos personajes se conocieron, se gustaron y, al poco tiempo, celebraron eufóricas nupcias en las que fueron paseados por el pueblo con gran algarabía.

También alude a Carlos “Carlitos” Casado, señalándolo como un caballero, un hombre muy educado, quien tenía su tienda diagonal a la casa del picapleitos de la época Manuel Tomás Aquino, en la esquina “Las Américas”, calle Ricaurte c/c Salom, donde vendía las cobijas “Ernestina” y “Cristóbal Colón”, el pabellón mosquitero, así como variedad en telas de gabardina, liencillo, kaki, lino, entre otras como la cretona y el valenciano. Estas últimas le servían para mostrar su gran destreza en la preparación de mortajas para los clientes de la carpintería “El Samán”, de “Maestro” Custodio Requena, calle Zaraza, Nº 32, donde, además del mobiliario propio de ese negocio, confeccionaban las cápsulas para el inexorable viaje eterno, cabinas de cedro, escuchándose diálogos como este:

Maestro Custodio: – ¿Cómo quiere la urna? ¿La quiere de lujo, forrada de pana, terciopelo o gamuza?

Cliente: – No, démela natural, “cepillaíta y más ná”.

Recuerda con singular cariño a José Tomás “Verguero” Hedler, un “compadre” célebre por la borrachera cotidiana, al que califica de hombre honrado a carta cabal, que filosofaba: ¡Hay quien ve la comida que me como, pero no el hambre que paso! Como se sabe, el apodo de ese personaje es utilizado por Guanerge Gómez, para arrancar las pachangas fiesteras con su grupo musical, al grito de: ¡Se prendió el Verguero!

También recuerda a su primo José de los Santos Soto, un popular comerciante (un hombre sin hambre, refiere) que tuvo siete bodegas en el pueblo y todas se llamaron “Vuelvan Caras”, resaltando la que quedaba en la esquina “Las Aves”, de la calle Páez c/c Centeno, llamada así porque habitaban allí: Antonio Aguilar “Perico”, “Lorenza” Carpio, Adolfo Armas “Guacharaco”, Cayetano Guillén “Pavo Negro”, Rafael Guillén “Querrequerre” y José Santos Soto “Zamuro” (hacía arder a Troya al escuchar ese apodo). Cayetano hijo, gran echador de lavativa, llamaba a la radio para salir al aire vociferando: – ¡Garibaldi, dime el nombre de la esquina donde yo nací, chico!

Otros negocios ubicados en la calle Gabante, desde la esquína c/c Páez hasta la esquina c/c Guaicaipuro, saliendo hacía “El Bajo de La Trinidad”, eran los de Lino Ortega, Pedro “Cabello” Anzoátegui, Ricardo Caguaripano y Musio Valiente. El ambiente era de gran camaradería como se desprende del saludo que solía darle Lino Ortega a Ricardo Caguaripano:

Unos me dan el brazo

Otros me dan la mano

¿Cómo estás tú Caguaripano?

Ricardo Caguaripano y Musio Valiente, estaban en la esquina “El Tornillo", Gabante c/c Guaicaipuro, donde otrora estuvo la algodonera de Manuel Esteban Chacín, una de las primeras del pueblo. En esa esquina habían enterrado un tornillo de madera que medía de metro y medio a dos metros,  que había sido utilizado para empacar el algodón.

Recuerda que la última esquina al norte de Tucupido es “El Peo”, en el cruce de la calle Gabante con el callejón San Francisco; llamada así porque allí vivía una señora belicosa que a cualquiera le formaba su zaperoco. Afirma: – Era muy trabajadora, lavaba y planchaba bien, pero tenía ese detallito.

También se refiere a la esquina del estantillo, Gabante c/c Roscio, donde Don Francisco Casado, tenía su tienda “El Lirio Blanco”. El susodicho catálogo habla del “Botalón”: “Se presume su origen a finales del siglo XIX. Consiste en un elemento vertical de madera, a manera de estaca y con alcayatas, donde eran atados los animales de carga, mientras sus dueños comercializaban las mercancías”.

Rememora sus andanzas felices por Valle de Guanape, a donde iba a celebrar las fiestas del 10 de febrero en homenaje a Santa Escolástica, patrona de ese poblado hospitalario y acogedor donde llama la atención que la iglesia se encuentra metida dentro de la plaza. Llegaba en compañía de la tropa de amigos donde se contaba a Víctor Díaz, Juancito Cabeza, “El Musio” Tabera, Elpidio Barrades y Ernesto Vidal, entre otros. Entraban por la calle principal, tocando y cantando, armando un gran revuelo. Llamaban tanto la atención que el Comité de Festejos, por orden del prefecto Rafael Marrero, cubría todo el consumo del “Grupo de Tucupido” en el club local; esto como agradecimiento por el realce que le daban a esas fiestas, en las que descollaba Ernesto Vidal (lugarteniente de Garibaldi), cantando Garúa, Querube y La Araña.

Recuerda a: Ramón Hernández, vecino de Las Paradas, al norte de Tucupido: usaba calzoncillos de liencillo del largo del pantalón, con botones de hueso, como un Cowboy gringo.

Al gordo Freddy “Bachaco” Carpio (primo de Guillermo Bermúdez –de reciente partida–) adicto a un chinchorro de su casa en la esquina “Tutankamon”, calle Sucre c/c Bermúdez, hijo de Juan María Carpio (hermano de Anacleto –padre de Emilio, Rubén (miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, 1977-78; autor, en el año 1945, del poema "Tamanaco", en honor al río homónimo), José, Raúl, Héctor (Gobernador del Guárico, 1966), Efrén (artífice de la Manga de Coleo) y Luís Carpio Castillo– Don Anacleto fue el primero en instalar un teléfono en su negocio de la calle Sucre c/c Salom, a media cuadra de Doña Ester de Díaz, representante pionera de la CANTV en Tucupido, como lo fue Ana de Rojas, del correo).

Al fotógrafo José Véliz, quien fue segundo lugar en un concurso de disfraces de carnaval en los años 50, con uno que era mitad hombre y mitad mujer; el primer premio fue para Simón Romero, disfrazado de negrita. ¡Nadie lo conoció!

A “El Loco” Lorenzo Rengifo, el “Rubirosa” tucupidense, un personaje folclórico que alucina haber tenido la bicoca de 69 mujeres en el pueblo y delira que oye en cada esquina: ¡Bendición papá!, sin saber quién le besa la mano.

A Andrés Rodríguez, con su tienda en la esquina “El Paraíso”, Gabante c/c Monagas. La calle Gabante va a parar a la esquina “Las Seis Bocas”, con el bar homónimo.

A Don Máximo Pulido, residente de la esquina “Gallo de Oro”, Bolívar c/c Zaraza. Su hijo Luís tuvo el club “Granada”, en los años 40, ubicado en la esquina de las calles Bolívar y Libertad, cerca de Doña Rosa Tabera. El club fue nombrado así por ser vecino de la familia Granada, donde habían dos grandes matas de mamón (en el patio tenían un zamuro que cuidaba a las gallinas para prevenir el moquillo y el higadillo), muy cerca de la quebrada “Punto y Coma”, que nace por los lados del cementerio, atraviesa todas las calles de orientación Norte-Sur/Sur-Norte del pueblo (pasa frente a la casa de Lorenzo Guzmán), llega al Aeropuerto, sigue hacia Acapralito, para desembocar en una laguna de Teobaldo Ruíz.

A Don Guillermo Higuera “Pata ‘e Guaro”, en la esquina “Miraflores”, Gabante c/c Bermúdez. Cargaba un machete en su pick-up, que blandía cuando lo llamaban por el apodo. En una oportunidad alguien le pidió la cola, se montó atrás y le dijo: – ¡Arranca, Pata ‘e Guaro! El hombre peló por el machete y se bajó del carro. Al otro todavía lo andan buscando.

A las esquinas “Cerrito Blanco”, Bermúdez c/c Zaraza, “El Rincón de los Toros”, Madariaga c/c Zaraza, y al jagüey y al almendrón que, en otros tiempos, se veían en la esquina “Cachipo”, Pariaguán c/c Roscio, frente a Paulina Centeno.

A la Esquina “El Jierro”, Monagas c/c Pérez Rengifo, que era notoria porque allí se dirimían las diferencias a filos de puñal, navaja o machete. La calle Pérez Rengifo, llega por el norte a la antigua “Isla del Burro” (como la chirona gomera en el lago de Valencia), ahora “Isla Bella” o “Isla Nueva”, hacia el otrora “Bajo de Cifuentes” ahora “Bajo de La Nueva”, donde se construyó el “Paseo Histórico General José Félix Ribas”, en conmemoración a los 200 años de haberse inmortalizado allí ese mártir y patriota venezolano, el 31 de enero de 1815.

En las postrimerías de esta aproximación a “Tomo I” de  enciclopedia, Garibaldi se da a la tarea de mencionar algunas de las célebres especialidades realizadas por las manos de las artífices del delicioso arte culinario tucupidense: Los quesos de mano de Doña Ana Lucinda de Rodríguez, con relevo de Carmen María de Casado; los pandihornos, besitos de coco y dulces de lechosa de “Doña Chana” (María Felícita Correa de Iroba); los bizcochuelos, suspiros, pandihornos y jaleas de Margarita Cedeño, madre de Francisca y de Ramón Rengifo; el pan de tunja de María Hernández, madre de Guillermo Hernández; los bizcochos de manteca de Rosa de Ledezma, madre de Doña Ana Lucinda de Rodríguez; los pavos rellenos de Ana Delia de Moreno; las tecuecas y arepitas decembrinas de Pilar Guzmán; las arepitas dulces de Ramona Rangel; los alfeñiques de María Carpio, hermana de Antonio Aguilar; las empanadas de Eladia Armas Arveláez, y las gaveras de carato de “La Cariba” Soto, entre otros manjares y exquisiteces; con el agravante de que algunas de esas recetas se desvanecieron con sus artesanas en el limbo de los tiempos.

Luego anuncia que actualmente se están transcribiendo 67 poemas con la intención de publicar su primer poemario.

Para ir cerrando, surge algo que llama poderosamente la atención en Garibaldi: no comparte la doctrina generalizada en el género masculino, y divulgada a los cuatro vientos por Vitico Castillo: ¡De parte de nosotros los hombres, a estar vivo lo que le gana es mujé! Él prefiere el arroz con guineo.

Se subrayan otras dos facetas relevantes de Garibaldi: como esposo de la profesora Otilia Herrera, y por 40 años de Elvira Rojas, mejor conocida en los predios tucupidenses como “La Reina de la Empanada”; y como padre, rasgo que se reseña en la placa otorgada en octubre de 2014, como “Hijo Ilustre de Tucupido”, y que reza textualmente lo siguiente:

“José Garibaldi Soto, ilustre Advitan número 29, cronista de la ciudad, nacido en Tucupido un día 27 de septiembre de 1933, hijo de Carlos Guaita y Josefa Soto, mujer con esencia de pueblo. Hijos: José Garibaldi, José Carlos César, Josefa Lourdes, Simón Reinaldo y Héctor Raúl. Un ribense comprometido con la historia local, siendo cronista ad honorem del municipio Ribas desde el año 2000. Miembro fundador de la “Unión de Folkloristas” y conductor radial. En José Garibaldi Soto, palpita el alma llanera como fiel defensor y amante de la música venezolana, voz que narra la cronología de un pueblo que inicia su historia un 5 de mayo de 1760 y que en la narración de su cronista se hace vida y ejemplo. La galería de tucupidenses ilustres, cual Arco de Tucupido, le dice al cronista: ¡Bienvenido! Desde este tu lugar sigue contando y haciendo la historia nuestra”.

La categoría pluridimensional de Garibaldi trasciende el estereotipo del ser diletante que se promueve en la Venezuela del siglo XXI. Su código de conducta se encuentra enmarcado en los más altos valores éticos y morales: respeto, dignidad, solidaridad, amor, fraternidad, igualdad y libertad. En el duro trajinar de su misión de vida ha adquirido un gran prestigio y dejado huella indeleble en Tucupido, por la policromía de su aura, fiel reflejo de la iluminación espiritual, y por el brillo de su afán en la sublime tarea de difundir la cosmovisión de una época y de recomponer el tejido social de un pueblo.

        I                                                  II

José Garibaldi Soto                        José Garibaldi Soto

A tu público motivas                      Llanero a carta cabal

Con ese gran alboroto                     Es desde tiempo remoto

Por los caminos de Ribas                Orgullo internacional

Con alta estima, aprecio y consideración, hacemos votos porque el hermano poeta Garibaldi, siga bañando con su luz el llano tucupidense y echando cuentos de la época de María Castaña, quien no se quedó para vestir santos porque se casó con Don Perico ‘e los Palotes, el mismísimo año ‘e la pera.

Se agregan, como colofón, dos poemas que Garibaldi nos dedica. El primero con motivo del reciente cumpleaños, y el segundo recitado en su intervención en el “IX Encuentro de Poetas y Poetisas”, en Tucupido, el 26 de abril de 2014.

¿A quién le amarga lo dulce?


Al cumpleañero poeta Degnis Romero

(¡Perdone lo mal “macaneao”!)


La musa va galopando

Rumbo hacia la capital

Con una totuma de versos

Para un cumpleañero genial

El arpa, cuatro y maracas

Y un recio joropo llanero

Felicitan en su cumpleaños

Al poeta Degnis Romero

Una camaza ‘e cachapas

Queso ‘e mano y chicharrón

Será para que formemos

Ese día un gran fiestón

Un veintisiete de octubre

Cuando nació este poeta

En su pueblo Tucupido

Se quiere y se le respeta

Y la copla sabanera

Que viene del morichal

Te lleva una serenata

Con paraulata y turpial

En la capotera te envío

Un garrafi y liquilique

Y aparte va un canarín

De sabroso palo a pique

José Garibaldi Soto, Tucupido, 27 de octubre de 2015

Garrafi: Pantalón que se usaba antes para bailar joropo.